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Recibe á la fortuna Si á tus umbrales viene; Mas no para alcanzarla Te afanes y desveles. Pues es virtud y fuerza, Mostrar ánimo alegre En las adversidades Que remediar no puedes.

XXV. Todos son locos.

Burla y desprecia el jóven
Los juegos de los niños,
Y ya varon se rie
De lo que joven hizo,
Estos al viejo insultan
Rezador y aburrido,

Que en su dictámen terco
No se allana á sufrirlos.

Ninguno se retracta;
Y yo en discordia digo,
Que todos razon tienen,
Que todo es desatino.

XXVI. Corto poder de los hombres.

Dime dónde se oculta
El dia que se pasa,
Con que llave se encierra,
O si es de bror ce el area
O dime, si tú sabes,
Con qué máquina ó trampa
Se suspendera el curso
Que nuestra vida acaba;

O si con cien millones,
O con mas, si no bastan,
Retardará su golpe
La muerte sobornada.

Si con dinero ó letras
Se puede hacer, despacha,
Si no, tu hacienda es polvo,
Y tu ciencia ignorancia.

XXVII. Mi golosina.

No como Anacreonte
El lirico poeta,
A quien siempre beoda
Dictó la musa teya;

Ni como el otro amante
De Lálage y Glicera,
Cuya lira latina
Compite con la griega;
Tengo por Hipocrene
La tinajilla añeja,

Ni es mi Libetra el jarro,
Ni Helicon la botella.

Ni tampoco reparo,
Si mi vino se acuerda
Del viñadero moro
Que le apretó la tuerca.

A mi las nueve hermanas
Su influjo me franquean
Mejor con la dulzura
Que no con borracheras..

Antes que de mosquitos
Cercado iré de abejas;
Mas por los colmenares,
Que no por las bodegas.

Y así, Dorisa, al punto
Saca de la despensa
La almíbar lusitana,
Con plato á la chinesca;

O el tarro en que se guarda
La pinciana conserva,
Con acitron de Murcia,
Las orzas de Valencia;

O un terron duro y blanco De la miel alcarreña,

Que en romerales liban
Mis aves aristeas.

Y en una rebanada,
Como las hostias mesmas,
Estiéndela tú propia
Con esas manos bellas.
Y luego dame un vaso
De cristal de Verecia
Con agua clara y fria,
Que en los dientes la sienta.
Con esto sí que el pecho
Se endulza y se consuela,
Y ya la voz suave
Para cantar se apresta.
De laureles y rosas
La guirnalda me tejan
Las ninfas delicadas
Como a jóven poeta.

Que no quiero corona Como la que nos muestran Del Baco semeleyo, Con pampanos y yedra. Entonces si que alegre Cantaré de manera, Que haré que suene ronca La citara de Tebas.

Despacha; mas si gustas
Que yo del vino beba,
Alcanza de Peralta
La ensogada limeta,

La de Jerez y Rota,
O el canarino néctar,
O aquella que escogida
Remite Valdepeñas.

Gustaré con templanza,
Pero no a la tudesca;
Y si á brindar me obligas,
Con golosina sea.

XXVIII. Escelencias del ingenio sobre las riquezas.

Fortuna puede hacerme
Rico, dándome renta,
Y a tí no podrá, necio,
Hacerte un gran poeta.

Que al fin me haga á mi rico
Puede ser que suceda;
Mas que te dé à tí ingenio,
No es posible que sea.

XXIX. A un rico ignorante.

Dios y el rey á porfia
Parece compitieron
Con los dos en favores,
Y nos enriquecieron.

El rey, de sus bajeles
Descargó el rico peso
Para llenar tus arcas
Del oro macilento.

El soberano, el grande,
El alto y el inmenso
Dios no me dió riquezas;
Pero me dió el ingenio.

Con él me dió la gracia
De no ser avariento,
Y el rey no puede darte
De tu hacienda desprecio.
Y así eres vil esclavo
De tu propio dinero,
Sin valor de gastarlo,
Con temor de perderlo.
Yo no temeré nunca
Perder lo que no tengo,
Ni el no tenerlo lloro,
Ni a conseguirlo anbelo.
Consumiran tu hacienda
Notarios y herederos,
Y en la mia no tiene

Jurisdiccion el tiempo.

Cuando tú y tus doblones Esteis cenizas hechos, Cuantos amen las musas Celebrarán mis versos.

XXX. Mi pobreza.
Confieso que soy pobre,
Y que lo he sido siempre;
Mas no de ruin estirpe
Ni viles procederes.

Todos me leen y dicen,
El Moratin es este,
Y tengo fama en vida
Mas que muchos en muerte.
Desde el Nilo te sirve
La torrida Siene,
Y en tu rancho trasquilas
Rebaños como nieve.

Yo soy pobre, tú rico; Pero con cuanto tienes No es posible que compres El númen que me enciende.

XXXI. Hambre é inapetencia.

Muchos que comer tienen, Pero no tienen ganas; Otros estan hambrientos Y que comer les falta. El tener uno y otro No debo á herencia ó trampa, Solo á Dios se lo debo;

A Dios pues doy las gracias.

XXXII. El sabio y el rico (*).

Soy pobre, pero tengo
Virtud que me consuele;
Y no envidio, Licino,
Tu grandeza y tus bienes.
Admiracion y aplauso
Mis números adquieren,
Y tengo fama en vida
Mas que muchos en muerte.
Los techos de tu casa
Cien columnas n antienen,
Y encierras en tus arcas
Las minas de occidente.

Mas no con todas ellas,
Y aun si dobladas fuesen,
Adquirir lograrias

El númen que me enciende.

¿Y he de envidiarte, cuando Lo que soy ser no puedes? Lo que eres tú, cualquiera De la ignorante plebe.

XXXIII. La mujer humiide.

Claudio, en toda la tierra
No hay cosa mas sublime,
Ni de valor mas grande,
Que la mujer humilde.

En tal virtud se cifran
Escelencias insignes:
Ni el oro de la Arabia,
Ni Tarsis la compiten.
Así venció Briseida
La cólera de Aquiles,
Y apiadó Sisiganbis
Al macedon terrible.

Una mujer soberbia,
Aunque mirando hechice,

(*) Esta anacreóntica parece ser la xxx cor regida, en la cual hemos suprimido los versos que se repiten.

Con toda su belleza
Es monstruo aborrecible.

Por eso, ya que el pecho
A una pasion rendiste,
Leonora te la inspira,
Que es hermosa y humilde.

XXXIV. La fama póstuma.

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Musa, dame coronas
Dije, que ya he cantado,
Y es consecuencia justa
El premio, del trabajo.

Pero desde la cumbre
Florida del Parnaso
Voló la ninfa, y dice:
¡Oh, jóven temerario!

Si algun bonor merecen
Tu númen y tu canto,
La vida siempre estorba
Para adquirir aplausos.

Porque la torpe envidia
Con atrevida mano,
Arranca de las sienes
Coronas que reparto.

Mas para que no juzgues Que el odio puede tanto, Que en olvido oscurezca Versos que yo he dictado, Sabe que un monumento Erigiste mas alto, Que el de tu rey ilustre Maguifico palacio. Y cuando Libitina En el sepulcro avaro Te precipite, y callen Los afectos humanos, Entonces fama eterna Hara tu nombre claro, Y sobre tus cenizas Se bacinaran los lauros.

XXXV. A don Agustin de Montiano y Luyando.

Soñé que al hijo rubio
De Latona dije esto:
Para aprender, Apolo,
Enséñame tus versos.
Enséñamelos, dije,
Y él me respondió: necio,
No los hago, que solo
Influyo para hacerlos;
Pero si ver procuras
Los mejores modelos,
Y tanto, que por mios
Los adopto yo mesmo,
Vete a la imperial corte
Del gran Carlos Tercero,
Y al tragico Leginto
Busca, busca al momento.
Hallarasle en su estudio
Consonancias midiendo,
Cotejando las obras
De latinos y griegos.
Veras alli un estante
A su lado derecho,
Y un legajo precioso
Con diferentes metros.

Los mas son manuscritos,
Y muchos bay impresos,
Que estarlo merecian
En marmoles eternos.

Por señas que alli dice:
Montiano los ha hecho;
Repasalos, y aprende,
Que aquellos son mis versos.

XXXVI. A los dias del coronel

don José Cadahalso.

Hoy celebro los dias
De mi dulce poeta,
Del trágico Dalmiro
Blason de nuestra escena.
Venga la hermosa Filis,
Y mi Dorisa venga, a
Dorisa la que canta
Con la voz de Sirena.
Brindaremos alegres
Hasta perder la cuenta
En las tazas penadas
Del oloroso néctar.

O si mas nos agrada
La antigua usanza nuestra;
Muchachos diligentes,
Sacad la pipa añeja.

Y en aquel mar de vino,
Como naves de guerra,
Naden con altas asas
Las anchas tembladeras.
Bien hayan nuestros padres,
Que en sus bárbaras mesas
Bebieron con toneles,
Brindaron en gamellas.

Así hacerlo debemos,
Dalmiro, y vayan fuera
Los cuidados molestos
Que la vida atropellan.
Y si viene la muerte,
En semblante severa,
No podra ya quitarnos
La celebrada fiesta.

Pues si para evitarla
No sirve la tristeza,
Y es su venida al hombre
Tan pronta como cierta;

Brindemos muchas veces
El tiempo que nos queda ;
Dancenios y cantemos,
Y déjala que venga.

XXXVII. A mis dias.

Las vueltas de los cielos
Hoy trajeron mi dia,
Para que le aplaudamos
Con regocijo y grita.

Otros he celebrado
Con placer y alegría;
Pero yo no sé cómo
Se huyeron tan aprisa,

Ni dónde se escondieron,
Que no tengo noticia
De ellos, para volverlos
A gozar todavía.

El presente se pasa
Con la prontitud misma,
Y no sé si el futuro
Me encontrara con vida.

Pues, no es una locura
Que yo anhelando viva
Por lo que, aunque me afane,
No es cierto que consiga?
Si no sé si mañana
Veré la luz vecina,
¿Por qué pierdo un instante
De aliviar mis fatigas?
Pues, buyan los pesares,
Y baile mi Dorisa,
Y venga la botella
Del licor de Montilla.

Y de arrayan y yedra
La guirnalda me ciña
La rubia sien, y luego
Venga, venga mi lira.

No cantaré las armas
De Aquiles, ni de Atridas;
Mas si de Amor y Venus

Las amables delicias,
Y de mis camaradas,
Sentado en compañía
Recostado en la mesa,

No escasa, aunque no rica,
Mantendré hasta la noche
Plática divertida,
Tocando las especies,
Al paso que se brinda.
Y estaré tan contento,
Como si fuesen mias
Las flotas orientales,
Y el oro de las Indias.

Y pues su curso el tiempo No es posible reprima; Mientras viene la muerte, Gocemos de la vida.

XXXVIII. En elogio de las niñas premiadas por la Sociedad económica de Madrid.

No pido, sacro Apolo,
La trompa penetrante,
Que pende en las columnas
De porfido y de jaspe.

Pues no cantar intento
Fatigas militares,
Las armas y varones,
Banderas y estandartes.

¡Qué coro de doncellas,
Hermosas en semblante,
En manos oficiosas
Y en celo infatigables,
Con premios y preseas
Hoy miro congregarse,
De Mantua en el alcazar,
De Mantua, que es su madré!
Así dije, y la Fama
Volando por el aire,
Con su clarin de plata
Pronuncia voces tales:

Su olímpica palestra
La Grecia ya no ensalce,
Ni carros disparados
Desde la eléà cárcel ;

Que España la dichosa,
España la triunfante
Bajo el augusto Carlos,
Al mundo saber lace,
Que no solo la ilustran
Sus fuertes capitanes,
Sino hasta lo mas tierno
Del sexo bello y frágil.
Esa puericia honesta,
Que es la virtud su esmalte,
Y el ocio vil y torpe
Bajo su planta yace,
Huyó las anchas plazas,
Las populosas calles,
Los tratos licenciosos,
Las danzas y donaires;
Fué de su casa al templo
Cuando el lucero sale,
Y antes que el alba asome,
Ya á casa se retrae.

En ella se ejercita
De Palas en las artes,
Y así como la diosa
Vencer pudiera á Aracne.
Artificioso torno,
Sonoro, está delante,
Que provida acomoda
Con manos virginales.
No forma tal susurro
De abejas el enjambre,
Ni es mas grata al oido
La cítara suave.

Añade á su armonía
Purísimos cantares:
Con ellos se divierte,

La alivian y distraen.
El pié sin descubrirse,
Llevando los compases,
Hace volver la rueda
En giros circulares.
Escarmenado copo
Del lino que la place
Coge en sutiles dedos,
De rosa y azahares.

Y en delicadas hebras
Hace que se dilate,
En hebras invisibles,
En hebras no palpables.
Discipulos de Apeles,
Alumnos de Timantes,
La doncella española
Así ha de retratarse.

No la pinteis moviendo
El cuerpo en torpe baile,
Con lujos peregrinos,
Vedados á sus madres;

Sino al trabajo atenta Sin perder un instante, Llenas de rubor casto Sus luces adorables.

Huyendo, roto el arco Y arpones penetrantes, Al pérfido Cupido, Y a su alevosa madre. Con miedo y reverencia, Ante ella se retraen Los ojos libertinos Del atrevido amante.

Las matronas del pueblo Y ancianos venerables, Por nuera la apetecen, Y su virtud aplauden.

Como aroma de Arabia Que el pebetero esparce, Así vuela su nombre, Cual balsamo fragante. Felicidad se espera Que de ella se propague; Las prendas de tal hija Son gloria de sus padres. Toma, doncella, el premio Debido a tus afanes, Corona merecida De tu virtud constante.

Y cuando las tareas Con tonos acompañes, Canta al piadoso Carlos Y su estirpe adorable.

Canta cómo desean Verter por él su sangre Sus claros españoles, Guerreros y leales.

Naciones enemigas De España formidable, Cubrid la faz adusta Con sombras y celajes. Que si un tiempo la visteis Belicosa y triunfante, Hoy se ilustra: esto solo La hará temida y grande.

Y si esforzada y docta
Cultiva nuevas artes,
Su gloria, su potencia
Crecerán admirables.

Esto dijo la Fama.
Vos, de la patria padres,
¿Es cierto, ó quiere Febo
Dulcemente engañarme?

Mas ya el eco resuena
Por plazas y por calles,
Y tal vez al anuncio
Esceden las verdades.

Y en tanto que de vuestro Celo debe esperarse Cuanto el arado rompe Como la mano labre;

No os desagrade el rudo

Concento disonante,
Si aplaudiendo virtudes
Vuestro mérito aplaude.

Que al paso que se aumenten
Primores inmortales,
Ya sucederán cisnes
Que mas sonoros canten.

XXXIX. Los lectores.
Hay algunos lectores
En este ingrato mundo
De complexion tan rara,
De genio tan adusto,

Que no cual las abejas
Que en romerales mustios
A las mas bellas flores
Liban el dulce jugo;

Sino que como el torpe escarabajo oscuro, Que ama el cieno y estiércol Del muladar inmundo,

Así en cualquiera libro Los conceptos mas puros Sin reflexion los pasan, Ni se detienen mucho. Mas hallando algun yerro (Que es un milagro sumo) Parece que esto solo Procuraban algunos.

Y a voces lo exageran
Celebrando su triunfo,
Y tildan á mis versos
Escondiendo los suyos.

Mas la musa desprecia
Tan frívolos insultos,
Y yo, ó bien de malicia,
O envidia les arguyo.

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I. Amor y honor. De la hermosa Belerifa Era Benzaide el querido, Moro discreto y galán, Pocos años, mucho brio. El que en las fiestas y zambras Dando de su amor indicios, Bordó la verde marlota Con cifras de su apellido.

Desembarazar la lanza Nunca le vió el enemigo, Sin que sacase del golpe En el adarga portillo.

Gozábanse dulcemente
De la dama en el retiro,
Sin que tanta posesion
Originase fastidio.

Veinte lunas se pasaron
Sin dar alguno motivo
De recelo en la amistad,
De tibieza en el cariño.

Ya no se ven ni se buscan :
¿Qué causa puede haber sido
La que llegó a separar
Dos corazones tan finos?

La ingrata Fortuna sola,
Que por costumbre ha tenido
A quien favorece Amor
Mirar con ceños esquivos.

El rey le negó los premios
En la guerra merecidos,
Retirando a la alcazaba
Sus despojos y cautivos.

Triste llega á los umbrales
De su dama y afligido,
Sobre una encintada yegua
Con el bozal de oro fino.

Viola salir al balcon,
Y con ademán sumiso,
Arrodillando la alfana,
Inclinó el penacho altivo.
Humilde, con voz turbada,
Y suspirando la dijo:
Mi linda mora, los cielos
Guarden tus años floridos.

No ignoras que para amor
Ni me sirves, ni te sirvo;
Aunque estén los corazones
Reciprocamente unidos.

Para llamarnos esposos (El honor así lo quiso) Nos debe allanar primero Suerte feliz el camino.

Y es tan escasa la mia, Como ya, mi bien, lo has visto: Que nada alcanzan mi celo, Mi valor ni mis servicios.

Quédate en paz, y a los cielos
Por último don les pido,
Que antes de llegar à Loja
Logre hallar á don Rodrigo,
Maestre de Calatrava,
Del rey Fernando caudillo;
Pues con su muerte ó la mia
Mi desgracia finalizo.

Si le venzo, volveré
De recompensa mas digno,
Y el rey no sabrá negarme
Las mercedes que le pido.
Y si me vence, la vida
Acaba que desestimo,
Pues no la quiero sin tí,
Desdichado y ofendido.

Belerifa le responde:
No temas, Benzaide mio,
Que mirando al interés
Ponga tu amor en olvido.

Antes saldré de Granada,
Huyendo sola contigo,
A que nos den su favor
Los cristianos fronterizos.

Tomóla el moro la mano,
Alzándose en los estribos,
Y arremetiendo la alfana,
La lanza pedazos hizo.

A tu noble amor le toca
Despecho tan atrevido,
Y toca a mi pundonor
Esta accion, el moro dijo.
Y viéndola acongojada
Con lágrimas y suspiros,
Escaramuzando triste
Siguió de Loja el camino.

II. Consuelo de una ausencia.

Ausentábase Alborava De los muros de Madrid, La mora que mas hermosa Plegó almaizar tunecí.

Blanca, rubia y colora la Con los ojos de zafir,

En la zambra muy maestra,

En el adufe y lili.

A despedirla salió

El gallardo Abenozmin,
Un morillo que à la bella
La sacó fuera de sí;

En las cañas y sortija
El mas diestro y mas gentil,
El que de un golpe divide
La jarameña cerviz.

Servia à la mora el moro, Y rendidos en la lid, Enviaba á sus mazmorras Los cristianos mil a mil. Sobre un alazán cabalga Hijo de Guadalquivir,

y le fulmina al tocarle
El acicate sutil.

Lleva adornado el bonete
Con hebras de oro de Ofir,
Digo, con rubios cabellos
Que prendió su dama allí.
Las plumas y martinetes
Confunden colores mil,
Y al cielo estrellado imita
Rica marlota turquí.

El corvo alfanje suspende
Del bordado tahali,
Muchas veces vencedor
En el alcance y la lid.
Pintó en la adarga de Fez
Un corazon de carmin,
Con un mote que decia :
Hasta el corazon te di.

Preciosa cadena de oro,
Sobre el pecho, en un viril,
Cuelga el retrato adorado
Entre el diamante y rubí.

Tan bizarro salió el moro,
Que las damas de Madrid
Ni dejan los miradores,
Ni le cesan de aplaudir.

El, viendo ya de las puertas
Su linda mora salir,
Escaramuzando en torno
La saludaba gentil.
Correspondióle agradable,
Diciéndole : Abenozmin,
Alah sabe lo que siento
Esta jornada ínfeliz.

Si sabes corresponder
A lo que verás en mí,
De tu amor el premio puedes
A tu voluntad medir.

Para probar los amantes
(Prueba que nunca temí)
Es oportuna la ausencia,
Ausencia que tiene fin.

Si, como dices, me adoras, No te debes afligir; Pues conociéndome mas, Muestras la fe que hay en tí. Humilde responde el moro : Gallarda señora, asi Permita el cielo que venza En batalla al fiero Cid,

Como yo seré constante,
Aunque lluevan sobre mí
Mas desdichas, que al cristiano
Le causó nuestro Tarif.

Alah te guie, pues sabes
Con ingenio tan sutil,
Esperando merecer,
Hacer la ausencia feliz.

III. Abdelcadir y Galiana.

Ya cabalga Abdelcadir
Cuando Febo se escondia :
Noche en que acuerda el cristiano
El natal de su Mesías.

Y sin temor de rebatos
El fuerte moro se anima,
Contra las leyes de Marte,
A darle á Amor pruebas fijas.
Era el gallardo africano
El campeon de la morisma,
Alcaide en Guadalajara,
Y adalid de su milicia.

Galan danzando la zambra,
Diestro en cañas y sortija,
Y su esfuerzo era el asombro
De entrambas à dos Castillas.
Galiana de Toledo,
Muy hermosa á maravilla,
La mora mas celebrada
De toda la morería.

Boca de claveles rojos,
Alto pecho que palpita,
Frente ebúrnea, que adornó
Oro flamante de Tibar.

Esta, con sus ojos bellos
Y atractivos de su risa,
Tiene el corazon del moro
Y toda el alma cautiva.
Cada vez que á verla va
Una vereda practica,
Que desde Guadalajara
Hasta su jardin le guia.

Nueve noches vive ausente,
Que las nieves lo impedian;
Mas ya no puede sufrir
Celos que su pecho agitan.
Ese famoso Bernardo
Que del Carpio le apellidan,
Sobrino del rey Alfonso,
Jóven de grande valía,

A Leon viniera entonces
Triunfante de Francia altiva;
El emperador vencido,
Y arrolladas sus insignias.

Mató a Roldan encantado,
Cuerpo á cuerpo, en lid reñida,
Y la espada Balisarda
Sacó de su sangre tinta.

El rey cristiano su tio
Con embajada le envía
Al toledano Abencir,
Y á Galiana su hija.

Grandes presentes llevaba
De joyeles de alta estima,
Y un rico brocamanton,
Cosa que par no tenia.

El broquel de Durandarte
Con Belerma allí esculpida,
Y la almadana espantosa
Que á Urjel de la Maza quita.

Con esto, y cien estandartes
De las naciones vencidas,
Sale de Leon Bernardo
Con muy gran caballería.

Abdelcadir arde en celos,
Que de ello tuvo noticias,
Y teme que el leonés
No le interrumpa su dicha.

Mandó sacar de sus anchas
Y hermosas caballerizas
Su yegua, la mas veloz
Que produjo Andalucia.

Es fama que la alazana
Del raudo céfiro es hija,
Y le vence en la carrera
Cuando al padre desafia.

Dos cristianos curan de ella
Y a recaudo la tenian :
Nuño Fernandez de Salas,
Fortun de Lara Garcia.

Las crines y riendas de oro
Con la izquierda mano aşidas,
Sin poner pié en el estribo,
Airoso el bárbaro brinca.

Lanza toma de dos hierros
Que acicalados lucian,
En sangre de sus contrarios
No pocas veces teñida.

Dos alas en el escudo
Pintó, que al sol se encaminan,
Con una letra que dice:
Alas mi amor necesita.

El bonete á quien adorna
Tembladora argentería,
Con plumas gualdas y azules,
Al lado diestro derriba.

Debajo del alquifa
Jaco apretó y coracinas,
Que le diera Jaira, hermana
De Abenrajel de Zorita.

Desde el hombro pende al lado De aceradas cadenilias,

Presa con el almaizar,
Cimitarra damasquina.

Y en señal de estimacion
Se puso la manga rica
Que le bordó Galïana,
De inestimable cuantía,
De perlas y de rubies
Recamada y de amatistas:
Que la aprecia el moro en mas
Que á Zeca y Meca y Medina.

Toma el oculto camino Por la senda conocida, De alhazor y de carrizos, De retamares y olivas.

¡Ah, Galiana cruel! Iba diciendo con ira, Plegue à Aláh que á tu lindeza Tu inconstancia no compita.

Bella infanta de Toledo,
¿Por qué à un cristiano te inclinas,
Pagando á tu amartelado
Con rigores y falsias?

Mas ya cierra negra noche
De vendaval y ventisca :
Larga la apetece el moro,
Y oscura là necesita.

¡Ah, miseros amadores,
Que os da el peligro osadía,
Y la esperanza os convierte
Los afanes en delicias!

Lijero, mas que el Henares,
Caminaba por su orilla,
En la vega deleitosa
Que sus aguas fertilizan.
Inclina el rostro de lejos
A Meco, la santa villa,
Que le acuerda la que tiene
Del Profeta las cenizas.

Pasa en silencio el lugar
Donde el secreto peligra,
Que en sus lomas le repite
Eco, la parlera ninfa.

Huyó la antigua Alcalá,
Torciendo un poco la via
Por la cuesta de Zulema,
Entre sus breñas erguidas.

Ya de Titulcia atraviesa
Los olivares y viñas,
Donde Jarama á Tajuña
Aguas y nombre le quita.
Vadeando pasa el rio,
Aunque soberbio venia,
Y en medio de sus toradas
Cruza galopando y silba.
Saluda del nuevo sol
La luz que se descubria,
Y durante su carrera
Mas vagaroso camina.

Deja a un lado los majuelos
Que enriqueceran á Esquivias,
Ÿá otro el inculto Aranjuez,
Hoy jardín de Falerina.

Ya llega a la alta Boroj,
Aire toledano espira,
Y á la yegua el fuerte moro
Mas la acosa y mas la pica.
Las llanuras atraviesa,
Parte á carrera tendida,
Suelta al aire el alquicel,
Da en el codon la mochila.
Jamás olímpico circo
Vió escapada tan lucida;
Si es quien le conduce Amor,
Este sí que es buen auriga.
Siguiendo el dorado Tajo,
Entre copadas encinas,
A'Moceyo dejó atrás
Despues de la árida villa.

La noche su negro manto
Estiende callada y fria,
Y solo el viento se escucha
Que los árboles agita.

Llega en paz, amante moro,
Y el vano temor disipa;
Que los hechos temerarios.
A las mujeres obligan.

Ya esta en Toledo, y oculto
Busca entre la sombra amiga,
De su princesa adorada
Los alcázares que habita.
Ella impaciente le aguarda;
Habla á solas y suspira,
Y maldice el temporal
Que así dilata su dicha.

Por los dorados andenes
Vaga inquieta, y no se enfria :
Quien sabe lo que es amor,
Si esto es imposible diga.
Pomposo zaragucel
De blanco túan vestia,
Hasta el morado chapin,
Con muchos pliegues y listas.
Labrada con gran primor
Lleva una marlota encima,
La mitad era turquí,
La otra mitad amarilla.

Un velo sobre el tocado,
Que un peine de nácar riza,
Colgando el sutil cendal
Con invencion nunca vista.
Verde liston ó diadema
Su frente hermosa ceñia,
Con zafiros y balajes,
Y una media luna encima.
Rojos corales al cuello,
Fragante y sutil camisa,
Y un apretador azul
Con dos lazos que pendian.
Llegando el moro al umbral
Pequeño pito tañia,
Otro le responde adentro,
Y el postigo facilitan.

Y atando la yegua al tronco
Que un ancho moral cubria,
Sube por un caracol
Con la esclava Geloïra.

Cual fué de los dos amantes
El saludo y bienvenida,
Júzguelo quien apartado
De sus amores suspira.

Solo la fama contó,
Que así que llegó á su vista,
Quedó el moro satisfecho
De los celos que traia.

Vanse à abrigado retrete
De persianas alcatifas,
Dorado guadameci,
Cañamazos y ataujía.
Oculto perfumador
De mármol, ámbar espira,
Y el alto zaquizami
Desde el suelo aromatiza.

Hay rico escaño de alerce
Y un blando almadraque encima:
Allí reposan, y en dulces
Miradas su gozo esplican.

La esclava se retiró ;
Y entre dos almas tan finas,
El amor, la soledad,

Y la noche,& qué no harian?

IV. Don Sancho en Zamora.

Por la ribera del Duero
Tres jinetes cabalgaban,
Caballeros castellanos
De gran nombradía y fama.
Trotones llevan lijeros
Y ganosos de batalla,
De acero luciente armados
Desde la frente à las ancas.
El aire manso tremola
Pendoncillos de sus lanzas,

La de enmedio va en la cuja,
Los del lado la enristraban.
Martinetes y garzotas
En las penacheras altas
Coronan dorados yelmos,
Que al rayo del sol brillaban.
Sobre los quijotes penden
De los tiros las espadas,
Y al mover de los caballos
Iban sonando las armas.

Con escarces y bravura
Llegan batiendo la estrada:
Mirando van à Zamora,
A Zamora y sus murallas.

En ellas la plebe observa,
Los ricos hombres y damas,
Que quedan, aunque contrarios,
De su apostura prendadas.

De todos son conocidos
Cuando las viseras alzan,
Que ese noble rey don Sancho
Es el que en el medio marcha.
Y los que van á sus lados,
Puestos à son de batalla,
Eran la flor de Castilla:
El de Vivar y el de Lara.
De pechos sobre una almena
Mira y llora doña Urraca;
Con un delgado alfareme
Está cubriendo la cara.

Por la muerte de su padre,
Que ya en el cielo descansa,
Leonado color se viste
Y negro monjil arrastra.

Sus escuderos y dueñas
Mesurados la acompañan :
Ellas traen ricas patenas,
Ellos flojas martingalas.

Y quitando el antifaz,
La voz un poco levanta,
Y a su hermano le decia,
Que se detiene á escucharla :
Rey don Sancho, rey don Sancho,
El ardido en las batallas,
Valiente contra una débil
Mujer, sin culpa, y tu hermana.
¿Así del rey nuestro padre
La disposicion se guarda?
¡Oh, mal haya el caballero
Que al finado no le acata!

Sufren Elvira y García
Los rigores de tus armas,
Y allá en Toledo à los moros
Favor Alfonso demanda.

Cuando debiera Castilla
Libertar á toda España,
Con foso cercas mi muro,
Tu hueste mis campos tala.
Y azarques y sarracinos
En Segovia juegan cañas,
Y en Zocodover con cifras
Resplandecen sus adargas.

Y guarte, no llegue el dia
Que dandoles tú la causa,
Vengan á beber sus yeguas
Del Duratón y el Arlanza.

Ambicionando lo ajeno
Que tu padre nos dejara,
Con los cristianos aceros
Viertes la sangre cristiana.
¡Oh, cuánto fuera mejor
Esas iras emplearlas
Contra quien viera lo que es
Unido el poder de España!

Eso mismo quiero yo,
Responde don Sancho, infanta.
Mi padre erró, juzgue el mundo.
Soy rey. Esto digo, y basta.

Entonces ella quejosa
Prosiguió con voces altas :
¡Ah, soberbio castellano
El de la amarilla banda,

El de grabado gorjal
Y rapacejos de plata,
El de la dorada espuela,
Que yo le calcé, cuitada!
¿Quién creyera que Tizona
Contra mi se desnudara,
Cuando cabezas de reyes
Pensé me diera por arras?
Esto espere del amor
La mujer apasionada :
Bien sé lo que merecí,
Bien sé cómo se me paga.
Don Rodrigo de Vivar
Con la color demudada,
Turbado la respondiera,
Formando mal las palabras:

Señora, sirvo á mi rey,
Tu afán me pesa en el alma;
Lo demás hízolo amor,
Contra amor ninguno basta.
Entre multitud plebeya
Bellido Dolfos estaba,
Hijo de Dolfos Bellido,
Muy artero de asechanzas:
Y dijo: á pesar del Cid
No irá á sus tiendas mañana
El rey don Sancho con vida,
Si mil vidas me costara.

Oyendo tales razones,
Con semblante y vista airada,
Arremetió su caballo
Don Diego Ordoñez de Lara.

Traidores sois, zamoranos,
Dice en voz tremenda y alta,
Y os lo haré bueno en el campo,
Cuerpo á cuerpo y lanza á lanza.
Arías Gonzalo, al oir

Que à su ciudad denostaban :
Caballeros, los del rey,
Gritó, no digais infamia;

Que hay hidalgos en Zamora
De nobleza tan preciada,
Que ni en virtud ni en valor
Otro alguno los iguala.

Y en cuanto al reto, mis hijos Viven, y si honor los llama, Caballeros de mi sangre Estiman la vida en nada.

Esto dijo Arias Gonzalo;
Y con astucia villana
El traidor Bellido Dolfos
Se apartó de la muralla.

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