Recibe á la fortuna Si á tus umbrales viene; Mas no para alcanzarla Te afanes y desveles. Pues es virtud y fuerza, Mostrar ánimo alegre En las adversidades Que remediar no puedes.
XXV. Todos son locos.
Burla y desprecia el jóven Los juegos de los niños, Y ya varon se rie De lo que joven hizo, Estos al viejo insultan Rezador y aburrido,
Que en su dictámen terco No se allana á sufrirlos.
Ninguno se retracta; Y yo en discordia digo, Que todos razon tienen, Que todo es desatino.
XXVI. Corto poder de los hombres.
Dime dónde se oculta El dia que se pasa, Con que llave se encierra, O si es de bror ce el area O dime, si tú sabes, Con qué máquina ó trampa Se suspendera el curso Que nuestra vida acaba;
O si con cien millones, O con mas, si no bastan, Retardará su golpe La muerte sobornada.
Si con dinero ó letras Se puede hacer, despacha, Si no, tu hacienda es polvo, Y tu ciencia ignorancia.
XXVII. Mi golosina.
No como Anacreonte El lirico poeta, A quien siempre beoda Dictó la musa teya;
Ni como el otro amante De Lálage y Glicera, Cuya lira latina Compite con la griega; Tengo por Hipocrene La tinajilla añeja,
Ni es mi Libetra el jarro, Ni Helicon la botella.
Ni tampoco reparo, Si mi vino se acuerda Del viñadero moro Que le apretó la tuerca.
A mi las nueve hermanas Su influjo me franquean Mejor con la dulzura Que no con borracheras..
Antes que de mosquitos Cercado iré de abejas; Mas por los colmenares, Que no por las bodegas.
Y así, Dorisa, al punto Saca de la despensa La almíbar lusitana, Con plato á la chinesca;
O el tarro en que se guarda La pinciana conserva, Con acitron de Murcia, Las orzas de Valencia;
O un terron duro y blanco De la miel alcarreña,
Que en romerales liban Mis aves aristeas.
Y en una rebanada, Como las hostias mesmas, Estiéndela tú propia Con esas manos bellas. Y luego dame un vaso De cristal de Verecia Con agua clara y fria, Que en los dientes la sienta. Con esto sí que el pecho Se endulza y se consuela, Y ya la voz suave Para cantar se apresta. De laureles y rosas La guirnalda me tejan Las ninfas delicadas Como a jóven poeta.
Que no quiero corona Como la que nos muestran Del Baco semeleyo, Con pampanos y yedra. Entonces si que alegre Cantaré de manera, Que haré que suene ronca La citara de Tebas.
Despacha; mas si gustas Que yo del vino beba, Alcanza de Peralta La ensogada limeta,
La de Jerez y Rota, O el canarino néctar, O aquella que escogida Remite Valdepeñas.
Gustaré con templanza, Pero no a la tudesca; Y si á brindar me obligas, Con golosina sea.
XXVIII. Escelencias del ingenio sobre las riquezas.
Fortuna puede hacerme Rico, dándome renta, Y a tí no podrá, necio, Hacerte un gran poeta.
Que al fin me haga á mi rico Puede ser que suceda; Mas que te dé à tí ingenio, No es posible que sea.
XXIX. A un rico ignorante.
Dios y el rey á porfia Parece compitieron Con los dos en favores, Y nos enriquecieron.
El rey, de sus bajeles Descargó el rico peso Para llenar tus arcas Del oro macilento.
El soberano, el grande, El alto y el inmenso Dios no me dió riquezas; Pero me dió el ingenio.
Con él me dió la gracia De no ser avariento, Y el rey no puede darte De tu hacienda desprecio. Y así eres vil esclavo De tu propio dinero, Sin valor de gastarlo, Con temor de perderlo. Yo no temeré nunca Perder lo que no tengo, Ni el no tenerlo lloro, Ni a conseguirlo anbelo. Consumiran tu hacienda Notarios y herederos, Y en la mia no tiene
Jurisdiccion el tiempo.
Cuando tú y tus doblones Esteis cenizas hechos, Cuantos amen las musas Celebrarán mis versos.
XXX. Mi pobreza. Confieso que soy pobre, Y que lo he sido siempre; Mas no de ruin estirpe Ni viles procederes.
Todos me leen y dicen, El Moratin es este, Y tengo fama en vida Mas que muchos en muerte. Desde el Nilo te sirve La torrida Siene, Y en tu rancho trasquilas Rebaños como nieve.
Yo soy pobre, tú rico; Pero con cuanto tienes No es posible que compres El númen que me enciende.
XXXI. Hambre é inapetencia.
Muchos que comer tienen, Pero no tienen ganas; Otros estan hambrientos Y que comer les falta. El tener uno y otro No debo á herencia ó trampa, Solo á Dios se lo debo;
A Dios pues doy las gracias.
XXXII. El sabio y el rico (*).
Soy pobre, pero tengo Virtud que me consuele; Y no envidio, Licino, Tu grandeza y tus bienes. Admiracion y aplauso Mis números adquieren, Y tengo fama en vida Mas que muchos en muerte. Los techos de tu casa Cien columnas n antienen, Y encierras en tus arcas Las minas de occidente.
Mas no con todas ellas, Y aun si dobladas fuesen, Adquirir lograrias
El númen que me enciende.
¿Y he de envidiarte, cuando Lo que soy ser no puedes? Lo que eres tú, cualquiera De la ignorante plebe.
XXXIII. La mujer humiide.
Claudio, en toda la tierra No hay cosa mas sublime, Ni de valor mas grande, Que la mujer humilde.
En tal virtud se cifran Escelencias insignes: Ni el oro de la Arabia, Ni Tarsis la compiten. Así venció Briseida La cólera de Aquiles, Y apiadó Sisiganbis Al macedon terrible.
Una mujer soberbia, Aunque mirando hechice,
(*) Esta anacreóntica parece ser la xxx cor regida, en la cual hemos suprimido los versos que se repiten.
Con toda su belleza Es monstruo aborrecible.
Por eso, ya que el pecho A una pasion rendiste, Leonora te la inspira, Que es hermosa y humilde.
Musa, dame coronas Dije, que ya he cantado, Y es consecuencia justa El premio, del trabajo.
Pero desde la cumbre Florida del Parnaso Voló la ninfa, y dice: ¡Oh, jóven temerario!
Si algun bonor merecen Tu númen y tu canto, La vida siempre estorba Para adquirir aplausos.
Porque la torpe envidia Con atrevida mano, Arranca de las sienes Coronas que reparto.
Mas para que no juzgues Que el odio puede tanto, Que en olvido oscurezca Versos que yo he dictado, Sabe que un monumento Erigiste mas alto, Que el de tu rey ilustre Maguifico palacio. Y cuando Libitina En el sepulcro avaro Te precipite, y callen Los afectos humanos, Entonces fama eterna Hara tu nombre claro, Y sobre tus cenizas Se bacinaran los lauros.
XXXV. A don Agustin de Montiano y Luyando.
Soñé que al hijo rubio De Latona dije esto: Para aprender, Apolo, Enséñame tus versos. Enséñamelos, dije, Y él me respondió: necio, No los hago, que solo Influyo para hacerlos; Pero si ver procuras Los mejores modelos, Y tanto, que por mios Los adopto yo mesmo, Vete a la imperial corte Del gran Carlos Tercero, Y al tragico Leginto Busca, busca al momento. Hallarasle en su estudio Consonancias midiendo, Cotejando las obras De latinos y griegos. Veras alli un estante A su lado derecho, Y un legajo precioso Con diferentes metros.
Los mas son manuscritos, Y muchos bay impresos, Que estarlo merecian En marmoles eternos.
Por señas que alli dice: Montiano los ha hecho; Repasalos, y aprende, Que aquellos son mis versos.
XXXVI. A los dias del coronel
don José Cadahalso.
Hoy celebro los dias De mi dulce poeta, Del trágico Dalmiro Blason de nuestra escena. Venga la hermosa Filis, Y mi Dorisa venga, a Dorisa la que canta Con la voz de Sirena. Brindaremos alegres Hasta perder la cuenta En las tazas penadas Del oloroso néctar.
O si mas nos agrada La antigua usanza nuestra; Muchachos diligentes, Sacad la pipa añeja.
Y en aquel mar de vino, Como naves de guerra, Naden con altas asas Las anchas tembladeras. Bien hayan nuestros padres, Que en sus bárbaras mesas Bebieron con toneles, Brindaron en gamellas.
Así hacerlo debemos, Dalmiro, y vayan fuera Los cuidados molestos Que la vida atropellan. Y si viene la muerte, En semblante severa, No podra ya quitarnos La celebrada fiesta.
Pues si para evitarla No sirve la tristeza, Y es su venida al hombre Tan pronta como cierta;
Brindemos muchas veces El tiempo que nos queda ; Dancenios y cantemos, Y déjala que venga.
Las vueltas de los cielos Hoy trajeron mi dia, Para que le aplaudamos Con regocijo y grita.
Otros he celebrado Con placer y alegría; Pero yo no sé cómo Se huyeron tan aprisa,
Ni dónde se escondieron, Que no tengo noticia De ellos, para volverlos A gozar todavía.
El presente se pasa Con la prontitud misma, Y no sé si el futuro Me encontrara con vida.
Pues, no es una locura Que yo anhelando viva Por lo que, aunque me afane, No es cierto que consiga? Si no sé si mañana Veré la luz vecina, ¿Por qué pierdo un instante De aliviar mis fatigas? Pues, buyan los pesares, Y baile mi Dorisa, Y venga la botella Del licor de Montilla.
Y de arrayan y yedra La guirnalda me ciña La rubia sien, y luego Venga, venga mi lira.
No cantaré las armas De Aquiles, ni de Atridas; Mas si de Amor y Venus
Las amables delicias, Y de mis camaradas, Sentado en compañía Recostado en la mesa,
No escasa, aunque no rica, Mantendré hasta la noche Plática divertida, Tocando las especies, Al paso que se brinda. Y estaré tan contento, Como si fuesen mias Las flotas orientales, Y el oro de las Indias.
Y pues su curso el tiempo No es posible reprima; Mientras viene la muerte, Gocemos de la vida.
XXXVIII. En elogio de las niñas premiadas por la Sociedad económica de Madrid.
No pido, sacro Apolo, La trompa penetrante, Que pende en las columnas De porfido y de jaspe.
Pues no cantar intento Fatigas militares, Las armas y varones, Banderas y estandartes.
¡Qué coro de doncellas, Hermosas en semblante, En manos oficiosas Y en celo infatigables, Con premios y preseas Hoy miro congregarse, De Mantua en el alcazar, De Mantua, que es su madré! Así dije, y la Fama Volando por el aire, Con su clarin de plata Pronuncia voces tales:
Su olímpica palestra La Grecia ya no ensalce, Ni carros disparados Desde la eléà cárcel ;
Que España la dichosa, España la triunfante Bajo el augusto Carlos, Al mundo saber lace, Que no solo la ilustran Sus fuertes capitanes, Sino hasta lo mas tierno Del sexo bello y frágil. Esa puericia honesta, Que es la virtud su esmalte, Y el ocio vil y torpe Bajo su planta yace, Huyó las anchas plazas, Las populosas calles, Los tratos licenciosos, Las danzas y donaires; Fué de su casa al templo Cuando el lucero sale, Y antes que el alba asome, Ya á casa se retrae.
En ella se ejercita De Palas en las artes, Y así como la diosa Vencer pudiera á Aracne. Artificioso torno, Sonoro, está delante, Que provida acomoda Con manos virginales. No forma tal susurro De abejas el enjambre, Ni es mas grata al oido La cítara suave.
Añade á su armonía Purísimos cantares: Con ellos se divierte,
La alivian y distraen. El pié sin descubrirse, Llevando los compases, Hace volver la rueda En giros circulares. Escarmenado copo Del lino que la place Coge en sutiles dedos, De rosa y azahares.
Y en delicadas hebras Hace que se dilate, En hebras invisibles, En hebras no palpables. Discipulos de Apeles, Alumnos de Timantes, La doncella española Así ha de retratarse.
No la pinteis moviendo El cuerpo en torpe baile, Con lujos peregrinos, Vedados á sus madres;
Sino al trabajo atenta Sin perder un instante, Llenas de rubor casto Sus luces adorables.
Huyendo, roto el arco Y arpones penetrantes, Al pérfido Cupido, Y a su alevosa madre. Con miedo y reverencia, Ante ella se retraen Los ojos libertinos Del atrevido amante.
Las matronas del pueblo Y ancianos venerables, Por nuera la apetecen, Y su virtud aplauden.
Como aroma de Arabia Que el pebetero esparce, Así vuela su nombre, Cual balsamo fragante. Felicidad se espera Que de ella se propague; Las prendas de tal hija Son gloria de sus padres. Toma, doncella, el premio Debido a tus afanes, Corona merecida De tu virtud constante.
Y cuando las tareas Con tonos acompañes, Canta al piadoso Carlos Y su estirpe adorable.
Canta cómo desean Verter por él su sangre Sus claros españoles, Guerreros y leales.
Naciones enemigas De España formidable, Cubrid la faz adusta Con sombras y celajes. Que si un tiempo la visteis Belicosa y triunfante, Hoy se ilustra: esto solo La hará temida y grande.
Y si esforzada y docta Cultiva nuevas artes, Su gloria, su potencia Crecerán admirables.
Esto dijo la Fama. Vos, de la patria padres, ¿Es cierto, ó quiere Febo Dulcemente engañarme?
Mas ya el eco resuena Por plazas y por calles, Y tal vez al anuncio Esceden las verdades.
Y en tanto que de vuestro Celo debe esperarse Cuanto el arado rompe Como la mano labre;
No os desagrade el rudo
Concento disonante, Si aplaudiendo virtudes Vuestro mérito aplaude.
Que al paso que se aumenten Primores inmortales, Ya sucederán cisnes Que mas sonoros canten.
XXXIX. Los lectores. Hay algunos lectores En este ingrato mundo De complexion tan rara, De genio tan adusto,
Que no cual las abejas Que en romerales mustios A las mas bellas flores Liban el dulce jugo;
Sino que como el torpe escarabajo oscuro, Que ama el cieno y estiércol Del muladar inmundo,
Así en cualquiera libro Los conceptos mas puros Sin reflexion los pasan, Ni se detienen mucho. Mas hallando algun yerro (Que es un milagro sumo) Parece que esto solo Procuraban algunos.
Y a voces lo exageran Celebrando su triunfo, Y tildan á mis versos Escondiendo los suyos.
Mas la musa desprecia Tan frívolos insultos, Y yo, ó bien de malicia, O envidia les arguyo.
I. Amor y honor. De la hermosa Belerifa Era Benzaide el querido, Moro discreto y galán, Pocos años, mucho brio. El que en las fiestas y zambras Dando de su amor indicios, Bordó la verde marlota Con cifras de su apellido.
Desembarazar la lanza Nunca le vió el enemigo, Sin que sacase del golpe En el adarga portillo.
Gozábanse dulcemente De la dama en el retiro, Sin que tanta posesion Originase fastidio.
Veinte lunas se pasaron Sin dar alguno motivo De recelo en la amistad, De tibieza en el cariño.
Ya no se ven ni se buscan : ¿Qué causa puede haber sido La que llegó a separar Dos corazones tan finos?
La ingrata Fortuna sola, Que por costumbre ha tenido A quien favorece Amor Mirar con ceños esquivos.
El rey le negó los premios En la guerra merecidos, Retirando a la alcazaba Sus despojos y cautivos.
Triste llega á los umbrales De su dama y afligido, Sobre una encintada yegua Con el bozal de oro fino.
Viola salir al balcon, Y con ademán sumiso, Arrodillando la alfana, Inclinó el penacho altivo. Humilde, con voz turbada, Y suspirando la dijo: Mi linda mora, los cielos Guarden tus años floridos.
No ignoras que para amor Ni me sirves, ni te sirvo; Aunque estén los corazones Reciprocamente unidos.
Para llamarnos esposos (El honor así lo quiso) Nos debe allanar primero Suerte feliz el camino.
Y es tan escasa la mia, Como ya, mi bien, lo has visto: Que nada alcanzan mi celo, Mi valor ni mis servicios.
Quédate en paz, y a los cielos Por último don les pido, Que antes de llegar à Loja Logre hallar á don Rodrigo, Maestre de Calatrava, Del rey Fernando caudillo; Pues con su muerte ó la mia Mi desgracia finalizo.
Si le venzo, volveré De recompensa mas digno, Y el rey no sabrá negarme Las mercedes que le pido. Y si me vence, la vida Acaba que desestimo, Pues no la quiero sin tí, Desdichado y ofendido.
Belerifa le responde: No temas, Benzaide mio, Que mirando al interés Ponga tu amor en olvido.
Antes saldré de Granada, Huyendo sola contigo, A que nos den su favor Los cristianos fronterizos.
Tomóla el moro la mano, Alzándose en los estribos, Y arremetiendo la alfana, La lanza pedazos hizo.
A tu noble amor le toca Despecho tan atrevido, Y toca a mi pundonor Esta accion, el moro dijo. Y viéndola acongojada Con lágrimas y suspiros, Escaramuzando triste Siguió de Loja el camino.
II. Consuelo de una ausencia.
Ausentábase Alborava De los muros de Madrid, La mora que mas hermosa Plegó almaizar tunecí.
Blanca, rubia y colora la Con los ojos de zafir,
En la zambra muy maestra,
En el adufe y lili.
A despedirla salió
El gallardo Abenozmin, Un morillo que à la bella La sacó fuera de sí;
En las cañas y sortija El mas diestro y mas gentil, El que de un golpe divide La jarameña cerviz.
Servia à la mora el moro, Y rendidos en la lid, Enviaba á sus mazmorras Los cristianos mil a mil. Sobre un alazán cabalga Hijo de Guadalquivir,
y le fulmina al tocarle El acicate sutil.
Lleva adornado el bonete Con hebras de oro de Ofir, Digo, con rubios cabellos Que prendió su dama allí. Las plumas y martinetes Confunden colores mil, Y al cielo estrellado imita Rica marlota turquí.
El corvo alfanje suspende Del bordado tahali, Muchas veces vencedor En el alcance y la lid. Pintó en la adarga de Fez Un corazon de carmin, Con un mote que decia : Hasta el corazon te di.
Preciosa cadena de oro, Sobre el pecho, en un viril, Cuelga el retrato adorado Entre el diamante y rubí.
Tan bizarro salió el moro, Que las damas de Madrid Ni dejan los miradores, Ni le cesan de aplaudir.
El, viendo ya de las puertas Su linda mora salir, Escaramuzando en torno La saludaba gentil. Correspondióle agradable, Diciéndole : Abenozmin, Alah sabe lo que siento Esta jornada ínfeliz.
Si sabes corresponder A lo que verás en mí, De tu amor el premio puedes A tu voluntad medir.
Para probar los amantes (Prueba que nunca temí) Es oportuna la ausencia, Ausencia que tiene fin.
Si, como dices, me adoras, No te debes afligir; Pues conociéndome mas, Muestras la fe que hay en tí. Humilde responde el moro : Gallarda señora, asi Permita el cielo que venza En batalla al fiero Cid,
Como yo seré constante, Aunque lluevan sobre mí Mas desdichas, que al cristiano Le causó nuestro Tarif.
Alah te guie, pues sabes Con ingenio tan sutil, Esperando merecer, Hacer la ausencia feliz.
III. Abdelcadir y Galiana.
Ya cabalga Abdelcadir Cuando Febo se escondia : Noche en que acuerda el cristiano El natal de su Mesías.
Y sin temor de rebatos El fuerte moro se anima, Contra las leyes de Marte, A darle á Amor pruebas fijas. Era el gallardo africano El campeon de la morisma, Alcaide en Guadalajara, Y adalid de su milicia.
Galan danzando la zambra, Diestro en cañas y sortija, Y su esfuerzo era el asombro De entrambas à dos Castillas. Galiana de Toledo, Muy hermosa á maravilla, La mora mas celebrada De toda la morería.
Boca de claveles rojos, Alto pecho que palpita, Frente ebúrnea, que adornó Oro flamante de Tibar.
Esta, con sus ojos bellos Y atractivos de su risa, Tiene el corazon del moro Y toda el alma cautiva. Cada vez que á verla va Una vereda practica, Que desde Guadalajara Hasta su jardin le guia.
Nueve noches vive ausente, Que las nieves lo impedian; Mas ya no puede sufrir Celos que su pecho agitan. Ese famoso Bernardo Que del Carpio le apellidan, Sobrino del rey Alfonso, Jóven de grande valía,
A Leon viniera entonces Triunfante de Francia altiva; El emperador vencido, Y arrolladas sus insignias.
Mató a Roldan encantado, Cuerpo á cuerpo, en lid reñida, Y la espada Balisarda Sacó de su sangre tinta.
El rey cristiano su tio Con embajada le envía Al toledano Abencir, Y á Galiana su hija.
Grandes presentes llevaba De joyeles de alta estima, Y un rico brocamanton, Cosa que par no tenia.
El broquel de Durandarte Con Belerma allí esculpida, Y la almadana espantosa Que á Urjel de la Maza quita.
Con esto, y cien estandartes De las naciones vencidas, Sale de Leon Bernardo Con muy gran caballería.
Abdelcadir arde en celos, Que de ello tuvo noticias, Y teme que el leonés No le interrumpa su dicha.
Mandó sacar de sus anchas Y hermosas caballerizas Su yegua, la mas veloz Que produjo Andalucia.
Es fama que la alazana Del raudo céfiro es hija, Y le vence en la carrera Cuando al padre desafia.
Dos cristianos curan de ella Y a recaudo la tenian : Nuño Fernandez de Salas, Fortun de Lara Garcia.
Las crines y riendas de oro Con la izquierda mano aşidas, Sin poner pié en el estribo, Airoso el bárbaro brinca.
Lanza toma de dos hierros Que acicalados lucian, En sangre de sus contrarios No pocas veces teñida.
Dos alas en el escudo Pintó, que al sol se encaminan, Con una letra que dice: Alas mi amor necesita.
El bonete á quien adorna Tembladora argentería, Con plumas gualdas y azules, Al lado diestro derriba.
Debajo del alquifa Jaco apretó y coracinas, Que le diera Jaira, hermana De Abenrajel de Zorita.
Desde el hombro pende al lado De aceradas cadenilias,
Presa con el almaizar, Cimitarra damasquina.
Y en señal de estimacion Se puso la manga rica Que le bordó Galïana, De inestimable cuantía, De perlas y de rubies Recamada y de amatistas: Que la aprecia el moro en mas Que á Zeca y Meca y Medina.
Toma el oculto camino Por la senda conocida, De alhazor y de carrizos, De retamares y olivas.
¡Ah, Galiana cruel! Iba diciendo con ira, Plegue à Aláh que á tu lindeza Tu inconstancia no compita.
Bella infanta de Toledo, ¿Por qué à un cristiano te inclinas, Pagando á tu amartelado Con rigores y falsias?
Mas ya cierra negra noche De vendaval y ventisca : Larga la apetece el moro, Y oscura là necesita.
¡Ah, miseros amadores, Que os da el peligro osadía, Y la esperanza os convierte Los afanes en delicias!
Lijero, mas que el Henares, Caminaba por su orilla, En la vega deleitosa Que sus aguas fertilizan. Inclina el rostro de lejos A Meco, la santa villa, Que le acuerda la que tiene Del Profeta las cenizas.
Pasa en silencio el lugar Donde el secreto peligra, Que en sus lomas le repite Eco, la parlera ninfa.
Huyó la antigua Alcalá, Torciendo un poco la via Por la cuesta de Zulema, Entre sus breñas erguidas.
Ya de Titulcia atraviesa Los olivares y viñas, Donde Jarama á Tajuña Aguas y nombre le quita. Vadeando pasa el rio, Aunque soberbio venia, Y en medio de sus toradas Cruza galopando y silba. Saluda del nuevo sol La luz que se descubria, Y durante su carrera Mas vagaroso camina.
Deja a un lado los majuelos Que enriqueceran á Esquivias, Ÿá otro el inculto Aranjuez, Hoy jardín de Falerina.
Ya llega a la alta Boroj, Aire toledano espira, Y á la yegua el fuerte moro Mas la acosa y mas la pica. Las llanuras atraviesa, Parte á carrera tendida, Suelta al aire el alquicel, Da en el codon la mochila. Jamás olímpico circo Vió escapada tan lucida; Si es quien le conduce Amor, Este sí que es buen auriga. Siguiendo el dorado Tajo, Entre copadas encinas, A'Moceyo dejó atrás Despues de la árida villa.
La noche su negro manto Estiende callada y fria, Y solo el viento se escucha Que los árboles agita.
Llega en paz, amante moro, Y el vano temor disipa; Que los hechos temerarios. A las mujeres obligan.
Ya esta en Toledo, y oculto Busca entre la sombra amiga, De su princesa adorada Los alcázares que habita. Ella impaciente le aguarda; Habla á solas y suspira, Y maldice el temporal Que así dilata su dicha.
Por los dorados andenes Vaga inquieta, y no se enfria : Quien sabe lo que es amor, Si esto es imposible diga. Pomposo zaragucel De blanco túan vestia, Hasta el morado chapin, Con muchos pliegues y listas. Labrada con gran primor Lleva una marlota encima, La mitad era turquí, La otra mitad amarilla.
Un velo sobre el tocado, Que un peine de nácar riza, Colgando el sutil cendal Con invencion nunca vista. Verde liston ó diadema Su frente hermosa ceñia, Con zafiros y balajes, Y una media luna encima. Rojos corales al cuello, Fragante y sutil camisa, Y un apretador azul Con dos lazos que pendian. Llegando el moro al umbral Pequeño pito tañia, Otro le responde adentro, Y el postigo facilitan.
Y atando la yegua al tronco Que un ancho moral cubria, Sube por un caracol Con la esclava Geloïra.
Cual fué de los dos amantes El saludo y bienvenida, Júzguelo quien apartado De sus amores suspira.
Solo la fama contó, Que así que llegó á su vista, Quedó el moro satisfecho De los celos que traia.
Vanse à abrigado retrete De persianas alcatifas, Dorado guadameci, Cañamazos y ataujía. Oculto perfumador De mármol, ámbar espira, Y el alto zaquizami Desde el suelo aromatiza.
Hay rico escaño de alerce Y un blando almadraque encima: Allí reposan, y en dulces Miradas su gozo esplican.
La esclava se retiró ; Y entre dos almas tan finas, El amor, la soledad,
Y la noche,& qué no harian?
IV. Don Sancho en Zamora.
Por la ribera del Duero Tres jinetes cabalgaban, Caballeros castellanos De gran nombradía y fama. Trotones llevan lijeros Y ganosos de batalla, De acero luciente armados Desde la frente à las ancas. El aire manso tremola Pendoncillos de sus lanzas,
La de enmedio va en la cuja, Los del lado la enristraban. Martinetes y garzotas En las penacheras altas Coronan dorados yelmos, Que al rayo del sol brillaban. Sobre los quijotes penden De los tiros las espadas, Y al mover de los caballos Iban sonando las armas.
Con escarces y bravura Llegan batiendo la estrada: Mirando van à Zamora, A Zamora y sus murallas.
En ellas la plebe observa, Los ricos hombres y damas, Que quedan, aunque contrarios, De su apostura prendadas.
De todos son conocidos Cuando las viseras alzan, Que ese noble rey don Sancho Es el que en el medio marcha. Y los que van á sus lados, Puestos à son de batalla, Eran la flor de Castilla: El de Vivar y el de Lara. De pechos sobre una almena Mira y llora doña Urraca; Con un delgado alfareme Está cubriendo la cara.
Por la muerte de su padre, Que ya en el cielo descansa, Leonado color se viste Y negro monjil arrastra.
Sus escuderos y dueñas Mesurados la acompañan : Ellas traen ricas patenas, Ellos flojas martingalas.
Y quitando el antifaz, La voz un poco levanta, Y a su hermano le decia, Que se detiene á escucharla : Rey don Sancho, rey don Sancho, El ardido en las batallas, Valiente contra una débil Mujer, sin culpa, y tu hermana. ¿Así del rey nuestro padre La disposicion se guarda? ¡Oh, mal haya el caballero Que al finado no le acata!
Sufren Elvira y García Los rigores de tus armas, Y allá en Toledo à los moros Favor Alfonso demanda.
Cuando debiera Castilla Libertar á toda España, Con foso cercas mi muro, Tu hueste mis campos tala. Y azarques y sarracinos En Segovia juegan cañas, Y en Zocodover con cifras Resplandecen sus adargas.
Y guarte, no llegue el dia Que dandoles tú la causa, Vengan á beber sus yeguas Del Duratón y el Arlanza.
Ambicionando lo ajeno Que tu padre nos dejara, Con los cristianos aceros Viertes la sangre cristiana. ¡Oh, cuánto fuera mejor Esas iras emplearlas Contra quien viera lo que es Unido el poder de España!
Eso mismo quiero yo, Responde don Sancho, infanta. Mi padre erró, juzgue el mundo. Soy rey. Esto digo, y basta.
Entonces ella quejosa Prosiguió con voces altas : ¡Ah, soberbio castellano El de la amarilla banda,
El de grabado gorjal Y rapacejos de plata, El de la dorada espuela, Que yo le calcé, cuitada! ¿Quién creyera que Tizona Contra mi se desnudara, Cuando cabezas de reyes Pensé me diera por arras? Esto espere del amor La mujer apasionada : Bien sé lo que merecí, Bien sé cómo se me paga. Don Rodrigo de Vivar Con la color demudada, Turbado la respondiera, Formando mal las palabras:
Señora, sirvo á mi rey, Tu afán me pesa en el alma; Lo demás hízolo amor, Contra amor ninguno basta. Entre multitud plebeya Bellido Dolfos estaba, Hijo de Dolfos Bellido, Muy artero de asechanzas: Y dijo: á pesar del Cid No irá á sus tiendas mañana El rey don Sancho con vida, Si mil vidas me costara.
Oyendo tales razones, Con semblante y vista airada, Arremetió su caballo Don Diego Ordoñez de Lara.
Traidores sois, zamoranos, Dice en voz tremenda y alta, Y os lo haré bueno en el campo, Cuerpo á cuerpo y lanza á lanza. Arías Gonzalo, al oir
Que à su ciudad denostaban : Caballeros, los del rey, Gritó, no digais infamia;
Que hay hidalgos en Zamora De nobleza tan preciada, Que ni en virtud ni en valor Otro alguno los iguala.
Y en cuanto al reto, mis hijos Viven, y si honor los llama, Caballeros de mi sangre Estiman la vida en nada.
Esto dijo Arias Gonzalo; Y con astucia villana El traidor Bellido Dolfos Se apartó de la muralla.
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