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Esa es resulta necesaria del mal que ha estado padeciendo hasta ahora. La última idea que ella tenia cuando enmudeció, fué sin duda la de su casamiento con ese tunante de Alejandro, ó Leandro, ó como se llama. Cogióla el accidente, quedáronse trasconejadas una gran porcion de palabras, y hasta que todas las vacie, y se desahogue, no hay que esperar que se tranquilice ni hable con juicio. DON JERÓNIMO.

¿Qué dice usted? Pues me convence esa reflexion. (Saca la caja don Jerónimo, y él y Bartolo toman tabaco.)

BARTOLO.

¡Oh! y si usted supiera un poco de numismática, lo entenderia un poco mejor... Venga un polvo.

DON JERÓNIMO.

¿Con que luego que haya desocupado...

BARTOLO.

No lo dude usted... Es una evacuacion que nosotros llamamos tricolos tetrastrofos.

ESCENA VII.

LUCAS, ANDREA, GINES (van saliendo todos tres por la puerta del foro), DON JERONIMO, BARTOLO.

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Perfectamente.

MARTINA, saliendo por la puerta de la derecha. Dios guarde à ustedes, señores.

LUCAS.

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¡Calle, que está usted por acá! Pues qué buen aire la trae à usted por esta casa?

MARTINA.

El deseo de saber de mi pobre marido. ¿Qué han hecho ustedes de él?

BARTOLO.

Aquí está tu marido, Martina: mírale, aquí le tienes. MARTINA, abrazándose con Bartolo. ¡Ay, hijo de mi alma!

LUCAS.

¡Oiga! Con que esta es la médica ?

GINES.

Aun por eso nos ponderaba tanto las habilidades del doctor.

LUCAS.

Pues por muchas que tenga, no escapará de la horca.

MARTINA.

¿Qué está usted ahí diciendo?

BARTOLO.

Sí, hija mia, mañana me aborcan sin remedio.

MARTINA.

¿Y no te ha de dar vergüenza de morir delante de tanta gente?

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Esto es enmendar un desacierto. Habíamos pensado irnos á Buitrago y desposarnos alli, con la seguridad que tengo de que mi tio no desaprueba este matrimonio; pero lo hemos reflexionado mejor. No quiero que se diga que yo me he llevado robada á su hija de usted, que esto no seria decoroso ni á su honor ni al mio. Quiero que usted me la conceda con libre voluntad, quiero recibirla de su mano. Aquí la tiene usted, dispuesta á hacer lo que usted la mande; pero le advierto que si no la casa conmigo, su sentimiento será bastante á quitarla la vida; y si usted nos otorga la merced que ambos le pedimos, no hay que hablar de dote.

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Si por cierto. Yo dije que eras un prodigio en a medicina.

GINES.

Y yo porque ella lo dijo lo creí.

LUCAS.

Y yo lo crei porque lo dijo ella.
DON JERÓNIMO.

Y yo porque estos lo dijeron, lo creí tambien, y admiraba cuanto decia como si fuese un oraculo.

LEANDRO.

Así va el mundo. Muchos adquieren opinion de doctos, no por lo que efectivamente saben, sino por el concepte que forma de ellos la ignorancia de los demás.

HAMLET.

ADVERTENCIA.

LA presente tragedia es una de las mejores de Guillermo Shakespeare, y la que con mas recuencia y aplauso público se representa en los teatros de Inglaterra. Las bellezas admira- ! les que en ella se advierten, y los defectos que manchan y oscurecen sus perfecciones, fornan un todo estraordinario y monstruoso,.compuesto de partes tan diferentes entre sí por su calidad y su mérito, que dificilmente se hallarán reunidas en otra composicion dramática de quel autor ni de aquel teatro; y por consecuencia, ninguna otra hubiera sido mas á propóito para dar entre nosotros una idea del mérito poético de Shakespeare, y del gusto que eina todavía en los espectáculos de aquella nacion.

En esta obra se verá una accion grande, interesante, trágica, que desde las primeras escenas se anuncia y prepara por medios maravillosos, capaces de acalorar la fantasía y llenar l animo de conmocion y de terror. Unas veces procede la fabula con paso animado y rápido, 7 otras se debilita por medio de accidentes inoportunos y episodios mal preparados é inúties, indignos de mezclarse entre los grandes intereses y afectos que en ella se presentan. Vuelve tal vez á levantarse, y adquiere toda la agitacion y movimiento trágico que la convieen, para caer después y mudar repentinamente de carácter, haciendo que aquellas pasiones erribles, dignas del coturno de Sófocles, cesen y den lugar á los diálogos mas groseros, capaces solo de escitar la risa del vulgo. Llega el desenlace, donde se complican sin necesidad los nudos, y el autor los rompe de una vez, no los desata, amontonando circunstancias inverisimiles que destruyen toda ilusion, y ya desnudo el puñal de Melpomene, le baña en sangre inocente y culpada; divide el interés y hace dudosa la existencia de una Providencia justa, al ver sacrificados á sus venganzas en horrenda catástrofe el amor incestuoso y el puro y filial, la amistad fiel, la tiranía, la adulacion, la perfidia y la sinceridad generosa y noble. Todo es culpa, todo se confunde en igual destrozo ().

Tal es en compendio la tragedia de Hamlet, y tal era el carácter dramático de Shakespeare. Si el traductor ha sabido desempeñar la obligacion que se impuso de presentarle como es en si, no añadiéndole defectos, ni disimulando los que halló en su obra, los inteligentes deberán

(*) Este juicio de MORATIN acerca del Hamlet no es mas severo que el de otros críticos de la escuela clásica, que han hecho profundos estudios sobre Shakespeare. Trasladaremos aquí el voto del hombre acaso mas competente entre los mismos ingleses. Samuel Johnson, que puso á las obras de su gran compatriota el prólogo mas admirable, y acompañó cada una de ellas con observaciones tan breves como justas, al llegar al Humlet se esplica así: Si debiésemos caracterizar los dramas de Shakespeare con las circunstancias que en cada uno mas preponde> ran y le distinguen de los demás, tendríamos que con> ceder al presente la palma de la variedad. Son tan nume⚫rosos sus incidentes, que su argumento daria materia á > una larga novela. En sus escenas alterna constantemente lo divertido con lo patético: lo divertido, lleno de ⚫ observaciones juiciosas é instructivas; lo patético, exen> to sin embargo de toda violencia superior à la natural al⚫tura de los humanos sentimientos. Van apareciendo su> cesivamente caracteres diversos, que presentan variadas > formas de costumbres y de lenguaje. La pretendida lo⚫ cura del protagonista ofrece pasos sumamente amenos, > los tristes desvanecimientos de Ofelia enternecen el co › razon; y cada personaje produce el efecto calculado por el autor, desde el espectro que en el primer acto nos hiela > la sangre de horror, hasta el ente ridículo que en el último nos inspira justo desprecio.

El plan sin embargo no está libre de censura: la ac

| »cion camina, á la verdad, en progresion continua; pero se >> interponen escenas, que ni la detienen ni la empujan. » No hay razon que justifique la fingida locura de Hamlet, >> quien nada hace que no pudiera igualmente hacer si se » le creyera en su cabal juicio. Su desvario llega á un >>> punto exagerado, cuando trata á Ofelia con tal aspereza, » que solo puede considerarse como crueldad inútil y ca>prichosa.

» En todo el curso de la tragedia Hamlet es mas bien un » instrumento ciego que un agente con intencion. Des>> pués de haber convencido al rey por medio de una es>> tratagema, nada hace para castigarle; y su muerte es al >> cabo obra de la casualidad, sin que Hamlet intervenga en » lo mas mínimo.

» La catástrofe no es feliz; el cambio de los puñales es » un recurso mas bien de la necesidad que del arte. Lo >> mismo hubiera sido deshacerse de Hamlet con el hierro, » y de Laertes con la copa.

» Acúsase al poeta de haberse separado de la justicia » poética, y con igual razon pudiera reconvenirsele por ha>> ber prescindido de la verosimilitud. El espectro deja la > mansion de la tumba con frivolo pretesto: la venganza >> que reclama no llega á verificarse sino con la muerte » del que ha de tomarla; y la recompensa, que debiera ob>> tenerse por el castigo de un usurpador y un asesino, que>> da destruida por la prematura muerte de Ofelia: la jó» ven, la bella, la pia, la inocente.>>

juzgarlo. Baste decir que para traducirla bien no es suficiente poseer el idioma en que se escribió, ni conocer la alteracion que en él ha causado el espacio de dos siglos, sin identificarse con la índole poética del autor, seguirle en sus raptos, precipitarse con él en sus caidas, adivinar sus misterios, dar á las voces y frases arbitrariamente combinadas por él la misma fuerza y espresion que él quiso que tuvieran, y hacer hablar en castizo español á un estranjero, cuyo estilo, unas veces fácil y suave, otras enérgico y sublime, otras desaliñado y torpe, otras oscuro, ampuloso y redundante, no parece produccion de una misma pluma; à un escritor, en fin, que ha fatigado el estudio de muchos literatos de su nacion, empeñados en ilustrar y esplicar sus obras ; lo cual, en opinion de ellos mismos, no se ha logrado todavia

como era menester.

Si estas consideraciones deberian haber contenido al traductor y hacerle desistir de una empresa tan superior á su talento, le animó por otra parte el deseo de presentar al público español una de las mejores piezas del mas celebrado trágico inglés, viendo que entre nosotros no se tiene todavía la menor idea de los espectáculos dramáticos de aquella nacion ni del mérito de sus autores. Otros quizás le seguirán en esta empresa, y fácilmente podrán oscurecer sus primeros ensayos; pero entre tanto no desconfía de que sus defectos hallarán alguna indulgencia de parte de aquellos en quienes se reunan los conocimientos y el estudio necesarios para juzgarle.

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Ni halló tampoco en las traducciones que los estranjeros han hecho de esta tragedia el auxilio que debió esperar. M. Laplace imprimió en francés una traduccion de las obras de Shakespeare, que a pesar de sus defectos no dejó de merecer aceptacion, hasta que M. Letourneur publicó la suya, que es sin duda muy superior á la primera. Este literato poseia perfectamente el idioma inglés, y hallándose con toda la inteligencia que era menester para entender el original, pudiera haber hecho una traduccion fiel y perfecta, pero no quiso hacerlo. Habia en su tiempo en Francia dos partidos muy poderosos, que mantenian guerra literaria y dividian las opiniones de la multitud. Voltaire, apasionado del gran mérito de Racine, profesaba su escuela; se esforzó cuanto pudo por imitarle en las muchas obras que dió al teatro, y este ilustre ejemplo arrastró á muchos poetas, que se llamaron racinistas. El partido opuesto, aunque no tenia a su frente tan temible caudillo, se componia no obstante de literatos de mucho mérito, que prefiriendo lo natural á lo conveniente, lo maravilloso á lo posible, la fortaleza a la hermosura, los raptos de la fantasía á los movimientos del corazon, y el ingenio al arte; admirando los aciertos de Corneille, se desentendian de sus errores, é indicaban como segura y única la senda por donde aquel insigne poeta subió á la inmortalidad. Pero todos sus esfuerzos fueron vanos. La multitud de papeles que diariamente se esparcian por el público ridiculizando la secta racinista, y apurando para ello cuantas sutilezas sugiere el ingenio y cuantos medios buscan la desesperacion y la envidia, si por un momento escitaban la risa de los lectores, caian después en oscuridad y desprecio cuando aparecia en la escena francesa la Fedra, la Ifigenia, el Bruto ó el Mahomet. Entonces se publicó la traduccion de Letourneur, impresa por suscricion, dedicada al rey de Francia, y sostenida por el partido numeroso de aquellos á quienes la reputacion de Voltaire atropellaba y ofendia. Tratóse pues de exaltar el mérito de Shakespeare, y de presentarle á la Europa culta como el único talento dramático digno de su admiracion y capaz de disputar la corona á los Euripides y Sófocles. Así pensaron abatir el orgullo del moderno trágico francés, y vencerle con armas auxiliares y estranjeras, sin detenerse mucho á considerar cuán poca satisfaccion debia resultarles de una victoria adquirida por tales medios.

Con estos antecedentes, no será dificil adivinar lo que hizo Letourneur en su version de Shakespeare. Reunió en un discurso preliminar, y en las notas y observaciones con que ilustró aquellas obras, cuanto creyó ser favorable á su causa, repitiendo las opiniones de los mas apasionados criticos ingleses en elogio de su compatriota, negándose voluntariamente á los buenos principios que dictaron la razon y el arte, y estableciendo una nueva poética, por la cual no solo quedan disculpados los estravios de su idolatrado autor, sino que todos ellos se erigen en preceptos, recomendándolos como dignos de imitacion y aplauso.

En aquellos pasajes en que Shakespeare, felizmente sostenido de su admirable ingenio, espresa con acierto las pasiones y defectos humanos, describe y pinta los objetos de la naturaleza, ó reflexiona melancólico con profunda y sólida filosofia, allí es fiel la traduccion; pero en aquellos en que se olvida de la fábula que finge, del fin que debió en ella proponerse, de la situacion en que pone á sus personajes, del carácter que les dió, de lo que dijeron antes, de lo que debe suceder después, y acalorado por una especie de frenesi no hay desacierto en que no tropiece y caiga, entonces el traductor francés le abandona, y nada omite para disimular su deformidad, suponiendo, alterando, sustituyendo ideas y palabras suyas á las que halló en el original; resultando de aquí una traduccion pérfida, ó por mejor decir, una obra compuesta de pedazos suyos y ajenos, que en muchas partes no merece el nombre de traduccion.

Lejos pues de aprovecharse el traductor español de tales versiones, las ha mirado con la desconfianza que debia; y prescindiendo de ellas y de las mal fundadas opiniones de los que han querido mejorar á Shakespeare con el pretesto de interpretarle, ha formado su traduccion sobre el original mismo, coincidiendo por necesidad con los traductores franceses cuando los halló exactos, y apartándose de ellos cuando no lo son, como podrá conocerlo fácilmente cualquiera que se tome la molestia de cotejarlos.

Esto es solo cuanto quiere advertir acerca de su traduccion. Las notas que acompañan á la tragedia son obra suya, y á escepcion de una ú otra especie que ha tomado de los comentadores ingleses (segun lo advierte en su lugar), todo lo demás, como cosa propia, lo abandona al exámen de los críticos inteligentes.

Si se ha equivocado en su modo de juzgar, ó por malos principios ó por falta de sensibilidad, de buen gusto ó de reflexion, no será inútil impugnarle; que harto es necesario agitar cuestiones literarias relativas á esta materia, para dar á nuestros buenos ingenios ocupacion digna, si se atiende al estado lastimoso en que yace el estudio de las letras humanas, los pocos alumnos que hoy cuenta la buena poesía, y el merecido abandono y descrédito en que van cayendo las producciones modernas del teatro.

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