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El y su hija de usted estaban locos de amor, mientras usted y las tias fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño... Esto resulta del abuso de la autoridad, de la opresion que la juventud padece; estas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas... Por una casualidad he sabido á tiempo el error en que estaba... ¡Ay de aquellos

DON CARLOS, DON DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRAN- que-lo saben tarde!

CISCA, RITA.

DON CARLOS.

DONA IRENE.

En fin, Dios los haga buenos, y que por muchos años se Eso no... (Sale don Carlos del cuarto precipitadamen-gocen... Venga usted acá, señor, venga usted, que quiero le; coge de un brazo à dona Francisca, se la lleva acia el fondo del teatro, y se pone delante de ella para defenderla. Doma Irene se asusta y se retira.) Delante de mi nadie ha de ofenderla.

¡Carlos!

DONA FRANCISCA.

abrazarle... (Abrázanse don Carlos y doña Irene, dona Francisca se arrodilla y la besa la mano.) Hija, Francisquita. ¡ Vaya! Buena eleccion has tenido... Cierto que es un mozo muy galán... Morenillo, pero tiene un mirar de ojos muy hechicero.

RITA.

Sí, digaselo usted, que no lo ha reparado la niña... Se-'

DON CARLOS, acercándose á don Diego. Disimule usted mi atrevimiento... He visto que la insul- ñorita, un millon de besos. taban, y no me he sabido contener.

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(Doña Francisca y Rita se besan, manifestando mucho
contento.)
DONA FRANCISCA,

¿Pero ves que alegria tan grande ?... Y tú, como me quieres tanto... siempre, siempre serás mi amiga.

DON DIEGO.

Paquita hermosa, (Abraza á doña Francisca.) recibe los primeros abrazos de tu nuevo padre... No temo ya la soledad terrible que amenazaba á mi vejez..... Vosotros (Asiendo de las manos á doña Francisca y á don Carlos.) sereis la delicia de mi corazon; y el primer fruto de vuestro amor... sí, bijos, aquel... no hay remedio, aquel es para mí. Y cuando le acaricie en mis brazos podré decir: á mí me debe su existencia este niño inocente; si sus padres viven, si son felices, yo he sido la causa.

DON CARLOS.

¡Bendita sea tanta bondad!

DON DIEGO.

Hijos, bendita sea la de Dios.

LA ESCUELA DE LOS MARIDOS,

COMEDIA EN TERS ACTOS EN PROSA,

REPRESENTADA EN EL TEATRO DEL PRINCIPE, AÑO DE 1812.

ADVERTENCIA.

En la primera edicion de esta comedia halló Moratin la oportunidad que deseaba de manifestar el alto aprecio que siempre habia hecho del mérito de Moliere. El prólogo que puso en ella es un panegírico del poeta francés, y su traduccion un tributo de agradecimiento que dedicó á tan digno maestro el mas apasionado de sus imitadores.

Ha traducido á Moliere (dice el citado prólogo) con la libertad que ha creido conveniente para traducirle en efecto, y no estropearle; y de antemano se complace al considerar la sorpresa que debe causar a los criticadores la poca exactitud con que ha puesto en castellano las espresiones del original, cuando hallen páginas enteras en que apenas hay una palabra que pueda llamarse rigurosamente traducida. ¿Quién le perdonará la osadía de omitir en su version pasajes enteros, abreviarlos ó dilatarlos, alterar algunas escenas, conservar en otras el resultado, prescindir del diálogo en que las puso el autor, y sustituir en su lugar otro diferente? Esto no se llama traducir, esclamarán llenos de celo y de erudita indignacion ('). ›

Creia Moratin que siempre se habian traducido mal en español las comedias de Moliere, por haber llegado á persuadirse que lo que es gracioso y espresivo en francés, conservará su gracia y su energía traduciéndolo literalmente; por haberse impuesto la ley de no añadir ni alterar nada de lo que dijo el autor, quedando por consiguiente sin compensacion las muchas bellezas que se pierden en el paso de una lengua a otra; por no haberse atrevido à modificar ó suprimír del todo lo que el buen gusto y la decencia repugnan ya, lo que exigen otros tiempos y otras costumbres, tan diferentes de las que el autor conoció. Traducciones desempeñadas con tan escrupulosa fidelidad, en vez de recomendar la obra que copian, la deterioran y la desacreditan. Suprimió pues el traductor de esta comedia las digresiones que hallo en el original, relativas á los trajes que se usaban en Francia en el año de 1661, entonces y ahora impertinentes en la fábula. Motivó las salidas y entradas de los interlocutores, donde vió que Moliere habia descuidado este requisito. Añadió á las ficciones de la astuta Isabel (llamada en la traduccion doña Rosa) todo el cúmulo de circunstancias indispensables para hacer el engaño verisimil, y de consiguiente disminuyó por este medio la estúpida credulidad de Sganarelle (don Gregorio), que en la pieza francesa es notoriamente escesiva. Omitió en el dialogo muchas espresiones, que si fueron aplaudidas cuando se escribieron, ya no las sufre la decencia del teatro. Hizo desaparecer en el caracter de Isabel la indecorosa desenvoltura con que abandonando su casa, va derecha á la de su amante (a quien no conoce sino de vista) para entregarse en sus manos, y autorizarle á que disponga de ella á su voluntad.

Allons sans crainte aucune

A la foi d'un amant commettre ma fortune.

Nada de esto hay en la traduccion. Nada hay tampoco de los incidentes violentos que preparan el desenlace, cuando escondida la pupila (sin dejarse ver de ninguno), el galán desde la ventana, los dos hermanos, el comisario y el escribano desde la calle ajustan el casamiento, sin que se averigüe primero quién es la que se casa, y á la luz de un farol atropellan y firman un contrato de tal entidad; en lo cual no parece sino que todos ellos han perdido el juicio, segun son absurdas las inconsecuencias de que abunda aquella situacion. El traductor desechó todo esto, y simplificando el desenredo, conservó la sorpresa, sin perjuicio de la ve risimilitud: y en él, como en toda la comedia, añadió nuevos donaires cómicos, y nuevos rasgos característicos, para suplir con ellos lo que podia perderse en los pasajes que le fue necesario variar ó suprimir. La comedia española (decia frecuentemente Moratin) ha de llevar

(*) Por estas razones se ha suprimido la insercion del original de la comedia de Moliere, que al principio nos habia mos propuesto insertar. Son tan comunes en España los ejemplares de las obras del gran cómico francés, que à cuai quier curioso le será facilísima la confrontacion.

basquiña y mantilla; y si en las piezas originales que compuso se advierte religiosamente observada esta máxima, puede asegurarse que en la Escuela de los Maridos no aparece el menor indicio de su procedencia; tal es la imitacion fiel de las costumbres nacionales que en ella se advierte; y tal es el diálogo castellano con que supo animarla y hacerla española. Ya estaba concluida esta obra, cuando una pérfida invasion alteró la quietud de España en el año de 1808. El rumor espantoso de la guerra hizo enmudecer á las musas, desanimó á las artes, y ocupada la capital, como toda la Península, por los ejércitos enemigos, el mayor empeño que tenian los que mandaban entonces, era el de mantener y multiplicar las diversiones públicas, dar novedad y esplendor á los espectáculos, y hacer que un pueblo oprimido cantase al son de las cadenas. Fueron muy poderosas las instancias que se le hicieron á Moratin para que diese al teatro nuevas producciones; pero no existian ya los motivos que le habian estimulado á ocuparse en esto. Nada quiso hacer de nuevo, y solo se pudo conseguir que diese á los cómicos y á la prensa la traduccion de la Escuela de los maridos, advirtiendo él mismo en el prólogo que con ella se despedia para siempre del teatro (*).

Representada en el del Príncipe el dia 17 de marzo de 1812, fué recibida con el aprecio que era de esperar, en atencion al deseo que generalmente se manifestaba de ver alguna otra composicion suya, después del largo silencio que habia guardado. Es poco elogio de Isidoro Maiquez decir que hizo con perfeccion el papel de don Enrique, acostumbrado á sobresalir en otros de mas dificil desempeño. Josefa Vírg, que con tanto primor habia sostenido su parte en la Mojigata y el Si de las Niñas, correspondió en el carácter de doña Rosa al concepto de escelente actriz que tenia asegurado ya en el público. Eugenio Cristiani acertó á representar el de don Gregorio con toda la espresion y movimiento cómico que requiere aquel ridículo personaje. María García y Gertrudis Torre, en lo poco que tuvieron que hacer, contribuyeron eficazmente al mayor lucimiento de esta obra.

(*) Del mismo año de 1812 aparecen dos ediciones, de las cuales la una es probablemente contrafaccion de la otra, segun lo indica el mismo empeño de buscar la semejanza de los tipos, cuya diferencia salta á la vista sin grande esfuerzo de observacion.

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La primera casa à mano derecha inmediata al proscenio es la de don Gregorio, y la de enfrente la de don Manuel. Al fin de la acers, junto al fers está la de don Enrique, y al otro lado la del Comisario. Habrá salidas de calle practicables para salir y entrar los personajes de la comedia.

La accion empieza á las cinco de la tarde y acaba á las ocho de la noche.

ACTO PRIMERO.

ESCENA PRIMERA.

DON MANUEL, DON GREGORIO.

DON GREGORIO.

Y por último, señor don Manuel, aunque usted es en efecto mi hermano mayor, yo no pienso seguir sus correcciones de usted ni sus ejemplos. Haré lo que guste, y nada mas; y me va muy lindamente con hacerlo así.

DON MANUEL.

Ya; pero das lugar á que todos se burlen, y...

DON GREGORIO.

¿Y quién se burla? Otros tan mentecatos como tú.

DON MANUEL.

Mil gracias por la atencion, señor don Gregorio.

DON GREGORIO.

Y bien, ¿qué dicen esos graves censores? ¿Qué hallan en mí que merezca su desaprobacion?

DON MANUEL.

Desaprueban la rusticidad de tu carácter, esa aspereza que te aparta del trato y los placeres honestos de la sociedad, esa estravagancia que te hace tan ridículo en cuanto piensas y dices y obras, y hasta en el modo de vestir te singulariza.

DON GREGORIO.

En eso tienen razon, y conozco lo mal que hago en no seguir puntualmente lo que manda la moda; en no proponerme por modelo a los mocitos evaporados, casquivanos y pisaverdes. Si así lo hiciera, estoy bien seguro de que mi hermano mayor me lo aplaudiria; porque, gracias a Dios, le veo acomodarse puntualmente á cuantas locuras adoptan los otros.

DON MANUEL.

¡Es raro empeño el que has tomado de recordarme tan á menudo que soy viejo! Tan viejo soy, que te llevo dos años de ventaja; yo be cumplido cuarenta y cinco, y tú cuarenta y tres; pero aunque los mios fuesen muchos mas, ¿seria esta una razon para que me culparas el ser tratable con las gentes, el tener buen humor, el gustar de vestirme con decencia, andar limpio, y... Pues qué, ¿ la vejez nos condena por ventura á aborrecerlo todo, á no pensar en otra cosa que en la muerte? ¿O deberemos añadir á la

deformidad que traen los años consigo un desaliño voluntario, una sordidez que repugne á cuantos nos vean, y sobre todo, un mal humor y un ceño que nadie pueda sufrir? Yo te aseguro que si no mudas de sistema, la pobre Rosita será poco feliz con un marido tan impertinente como to, y que el matrimonio que la previenes sera tal vez un origen¦ de disgustos y de recíproco aborrecimiento, que...

DON GREGORIO.

La pobre Rosita vivirá mas dichosa conmigo, que su bermanita la pobre Leonor, destinada á ser esposa de un caballero de tus prendas y de tu mérito. Cada uno procede y discurre como le parece, señor hermano... Las dos son huérfanas; su padre, amigo nuestro, nos dejó encargada al tiempo de su muerte la educacion de entrambas; y previno que si andando el tiempo queriamos casarnos con ellas, desde luego aprobaba y bendecia esta union; y en caso de no verificarse, esperaba que las buscaríamos colocacion proporcionada, fiándolo todo á nuestra bouradez y á la mucha amistad que con él tuvimos. En efecto, nos dió sobre ellas la autoridad de tutor, de padre y esposo. Tú te encargaste de cuidar de Leonor, y yo de Rosita: tú has enseñado à la tuya como has querido, y yo a la mia como me ha dado la gana, ¿estamos?

DON MANUEL.

Sí; pero me parece á mí.......

DON GREGORIO.

a

Lo que a mí me parece es que usted no ha sabido edacar la suya; pero repito que cada cual puede hacer en esto lo que mas le agrade. Tú consientes que la tuya sea despejada y libre y pispireta; séalo en buen hora. Permites que tenga criadas, y se deje servir como una señorita : lin- | damente. La das ensanches para pasearse por el lugar, ir á visitas, y oir las dulzuras de tanto enamorado zascandil: muy bien hecho. Pero yo pretendo que la mia viva a mi gusto, y no al suyo; que se ponga un juboncito de estameña; que no me gaste zapaticos de color sino los dias en que repican recio; que se esté quietecita en casa, come conviene a una doncella virtuosa; que acuda à todo; que barra, que limpie, y cuando haya concluido estas ocupa ciones, me remiende la ropa y haga calceta. Esto es lo que quiero; y que nunca oiga las tiernas quejas de los m zalbetes antojadizos; que no hable con nadie, ni con el gato, sin tener escucha; que no salga de casa jamas saa llevar escolta... La carne es frágil, señor mio; yo veo los

trabajos que pasan otros, y puesto que ha de ser mi mujer, quiero asegurarme de su conducta, y no esponerme à aumentar el número de los maridos zanguangos.

ESCENA II.

DOÑA LEONOR, DOÑA ROSA, JULIANA, (Las tres salen con mantilla y basquina de casa de don Gregorio, y hablan inmediatas á la puerta.) DON GREGORIO, DON MANUEL.

DOÑA LEONOR.

No te dé cuidado. Si te riñe, yo me encargo de responderle.

JULIANA.

¡Siempre metida en un cuarto, sin ver la calle, ni poder hablar con persona humana! ¡Qué fastidio!

DONA LEONOR.

Mucha lástima tengo de tí.

DOÑA ROSA.

Milagro es que no me haya dejado debajo de llave, ó me haya llevado consigo, que aun es peor.

JULIANA.

Le echaria yo mas alto que...

DON GREGORIO.

¡Oiga! ¿Y adónde van ustedes, niñas?

DONA LEONOR.

La he dicho à Rosita que se venga conmigo para que se esparza un poco. Saldremos por aquí por la puerta de San Bernardino, y entraremos por la de Fuencarral. Don Manuel nos hará el gusto de acompañarnos...

DON MANUEL.

Si por cierto: vamos allá.

DONA LEONOR.

Y mire usted: yo me quedo à merendar en casa de dona Beatriz... Me ha dicho tantas veces que por qué no llevo á esta por allá, que ya no sé qué decirla; con que, si usted quiere, ira conmigo esta tarde; merendaremos, nos divertiremos un rato por el jardin, y al anochecer estamos de vuelta.

DON GREGORIO.

Usted (A doña Leonor, á Juliana, á don Manuel y á doña Rosa, segun lo indica el diálogo.) puede irse adonde guste, usted puede ir con ella... Tal para cual. Usted puede acompañarlas si lo tiene à bien; y usted à casa.

DON MANUEL.

Pero, hermano, déjalas que se diviertan, y que...

DON GREGORIO.

A mas ver. (Coge del brazo á doña Rosa, haciendo ademán de entrarse con ella en su casa.)

DON MANUEL.

La juventud necesita...

DON GREGORIO.

La juventud es loca, y la vejez es loca tambien muchas

veces.

DON MANUEL.

DON GREGORIO.

Usted calle, señorita, que ya la esplicaré yo á usted si es bien hecho querer salir de casa sin que yo se lo proponga, y la lleve, y la traiga, y la cuide. DOÑA LEONOR.

Pero ¿qué quiere usted decir con eso?

DON GREGORIO.

Señora doña Leonor, con usted no va nada. Usted es una doncella muy prudente. No hablo con usted. DOÑA LEONOR

Pero ¿piensa usted que mi hermana estará mal en mi compañía?

DON GREGORIO.

¡Oh, qué apurar! (Suelta el brazo de doña Rosa y se acerca adonde están los demás.) No estará muy bien, no, señora; y hablando en plata, las visitas que usted la hace me agradan poco, y el mayor favor que usted puede hacerme, es el de no volver por acá.

DONA LEONOR.

Mire usted, señor don Gregorio, usando con usted de la misma franqueza, le digo que yo no sé cómo ella tomará semejantes procedimientos; pero bien adivino el efecto que haria en mí una desconfianza tan injusta. Mi hermana es; pero dejaria de tener mi sangre, si fuesen capaces de inspirarla amor esos modales feroces, y esa opresion en que usted la tiene.

JULIANA.

Y dice bien. Todos esos cuidados son cosa insufrible. ¡Encerrar de esa manera à las mujeres! Pues qué, ¿estamos entre turcos, que dicen que las tienen allá como esclavas, y que por eso son malditos de Dios? ¡ Vaya, que nuestro honor debe ser cosa bien quebradiza, si tanto afan se necesita para conservarle! Y qué, ¿piensa usted que todas esas precauciones pueden estorbarnos el hacer nuestra santísima voluntad? Pues no lo crea usted; y al hombre mas ladino le volvemos tarumba cuando se nos pone en la cabeza burlarle y confundirle. Ese encerramiento y esas centinelas son ilusiones de locos, y lo mas seguro es fiarse de nosotras. El que nos oprime, á grandísimo peligro se espone; nuestro honor se guarda á sí mismo, y el que tanto se afana en cuidar de él, no hace otra cosa que despertarnos el apetito. Yo de mí sé decir, que si me tocara en suerte un marido tan caviloso como usted y tan desconfiado, por el nombre que tengo que me las habia de pagar.

DON GREGORIQ.

Mira la buena enseñanza que das á tu familia, & ves? ¿Y lo sufres con tanta paciencia?

DON MANUEL.

En lo que ha dicho no ballo motivos de enfadarme, sino de reir; y bien considerado no la falta razon. Su sexo necesita un poco de libertad, Gregorio, y el rigor escesivo no es á propósito para contenerle. La virtud de las esposas y de las doncellas no se debe ni à la vigilancia mas suspicaz, ni á las celosías, ni á los cerrojos. Bien poco esti→

Pero ¿hay algun inconveniente en que se vaya con su her- mable seria una mujer, si solo fuese honesta por necesidad mana?

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