Ya, Colatino, hemos llegado á Roma, Ya, como sabes, hemos discurrido Por la ciudad, y ya de la conducta De sus matronas vamos informados. Ya sé, que tantos nobles capitanes, Que por la patria espuestos peleando El muro pertinaz de Ardea cercan, Infelizmente viven engañados. Cada cual celebrando á su consorte, A las de los demás la anteponia, Pintando su virtud y perfecciones; Ya la docta esperiencia nos avisa Cuán frágil la mujer y cuán mudable Es, Colatino, en todas sus acciones. Ya vistes como hallamos divertidas A algunas en chistosas asambleas, Cuando están en campaña sus esposos Teniendo compasion del llanto de ellas; Pero la tengo yo mayor de esotros Cuyas mujeres en nocturnos juegos Esponen a una suerte el patrimonio. A algunas en los coros indecentes, Cual las bacantes de la antigua Tracia, Vemos danzar con torpe movimiento Provocando al galán que la acompaña; Otras vimos prestar benigno oido Al deshonesto mozo, que cantando Junta con blando son verso lascivo, Y muchas, que ya el miedo abandonando, El infame adulterio consentian Aun antes de mirarse importunadas. Porque no haya maldad sin cometerse, Aun no quieren dorar con la disculpa De la violencia un hecho tan aleve. No juzgo, Colatino, que à Lucrecia Tan indecentemente entretenida Hallemos, que es de esotras diferente;
Sé que es honesta, y que es tambien prudente; Però es al fin mujer, cuyo marido
En su entender a Roma no ha venido,
Y asiste en el ejército; y segura, Porque es ocasionada la hermosura, Puede ser que, no aleve, cortesana, Por aliviar la ausencia á amor tirana, Alguna fiel visita haya admitido: Que en la civilidad es permitido El trato racional, y no es seguro Que estés tan confiado en mujer frágil :
Pues no siendo contraria á su decoro La urbanidad, al menos sospechoso Puedes vivir de que aunque sin afrenta Algun cariño lícito consienta.
O Tarquino, qué bien me persuades Con voces halagüeñas y suaves A que imagine el daño que está lejos, Para si acaso llega no temerle; Pero estoy altamente satisfecho Del amor conyugal de mi Lucrecia,
Y no me bastan tantos ejemplares Como hemos visto, ni otros cien millares, Para que de su amor yo desconfie. TARQUINO.
No hay fe con un ausente, Colatino.
Que hay en Lucrecia fe verás, Tarquino.
Posible es que te juzgues mas dichoso, Que todos los demás; tambien los otros, Lo mismo que tú afirmas, afirmaban; Ya adviertes como entonces se engañaban.
Entonces dije, y te repito ahora, Que no eran menester palabras vanas, Pudiendo remitirse á la esperiencia, Y pues con mayor prisa que prudencia; A Roma, como ves, hemos venido, Y nos han ya mis lares recibido Con silencio en la estancia mas interna De mi casa, verás acreditadas Con obras mis palabras refutadas Tanto por ti, quedando satisfecho Del noble corazon y casto pecho De mi Lucrecia fiel y amada esposa; Y pues en el ejército forzosa Nuestra falta ha de ser, démonos prisa, Y antes que venga el alba con su risa Volvámonos á nuestros pabellones.
¿Oisteis por ventura algunas nuevas, Pues vosotras soleis oir bastantes, Del ejército nuestro? ¿Habrá empezado A ser del ariete atormentado
El muro infiel? ¿Acaso nuestras gentes Con fuegos de alquitrán resplandecientes Abrasarán las fabricas soberbias Contra Roma y el cielo levantadas? ¡Oh nacion dura! ¡ Oh pueblo enfurecido, Que obligas á olvidar el dulce nido Con eterno dolor de las romanas
A los patricios nobles! ¡Cuánto temo La juvenil intrepidez y el brio
Del bizarro y galán esposo mio!
El en toda ocasion será el primero,
Que el pecho heróico esponga al duro acero Con sobresalto mio y honor suyo. No durarás en pié mucho, rebelde Indómita ciudad, si Colatino Combate audaz tu muro diamantino. CLAUDIA.
La patria en él se mira como espejo De la fe, del valor y del consejo.
Ahora es menester, doncellas mias, Que os apliqueis con diligente mano A concluir al son de mi suspiro La clamide con púrpura de Tiro, Que ha de vestir mi esposo rozagante El dia venturoso que triunfante Volver le mire Roma, coronado Del eterno laurel de Febo amado; Pero dejadme sola y encerrada, En tanto que con lágrimas humildes A los cielos mil súplicas envio, Porque me restituyan el bien mio.
COLATINO. Qué dices?
TARQUINO.
No te respondo porque el tiempo es corto; Pero antes de marcharnos determino, Que no quede sin verte Triciptino, De mi casta Lucrecia padre anciano, Y padre de la patria; su prudencia Refinó con larguísima esperiencia, Ensalzando el honor de tus abuelos, Y sentirá no vernos, y ofrecerte Su hacienda y su persona hasta la muerte.
TARQUINO, ESPURIO, MEVIO.
¡Válgame el Cielo! ¿Qué invasion de dudas, Qué furioso tropel de confusiones
Mi triste corazón han inquietado?
¡De cuántos pensamientos agitado,
Mi espíritu vacila! ¿A qué he venido?
¿Qué he visto? ¿Qué me angustia? ¿Quién me ha herido Con rayo celestial?
Lo que miro ¿es cierto, ó sueño?
Llorando por la ausencia de su esposo; Me robó mi quietud y mi reposo,
Aun mas su honestidad que su hermosura; Si tan rico tesoro no poseo,
¿De qué me sirve ser de la alta estirpe De los valerosisimos Tarquinos?
De qué el haber domado á los gabinos Con industria y heróico atreviiniento?
No hay mas remedio al grave mal que siento: Nada reparo, nada me acobarda,
Al tiempo solo acuso porque tarda. La industria, el interés, ó la violencia Me han de ayudar, no basta resistencia Para mi intrepidez y mi denuedo; Ni á Colatino temo, ni á los suyos, Ni aunque todo el ejército conjure, Ni temo el ser escándalo á mi patria, Ni escuso por mi gusto destruirla, Ni con voraces llamas consumirla,
Ni el baldon, ni la infamia me horroriza, Ni el mirar zozobrando el Capitolio En onda's puras de inocente sangre,
Ni me acobarda el riesgo, aunque evidente, Ni la muerte, ni el cielo....
¡Cuán bien yo la desgracia prevenia Desde el punto fatal que la porfía Malvada se empezó, mojado el seso Con el licor ferviente y espumoso Que en las Carquesias pródigas de Baco Brindó la ociosidad y el desatino! Considera el escándalo, Tarquino, Que à Roma vas á dar: ¿qué dirá Roma Al ver que sus matronas mas honestas, Mientras que sus esposos en campaña Al peligro la amable vida esponen, No se ven libres de sufrir la injuria De la barbaridad de tu lujuria? ¿Qué sentirá su esposo Colatino? ¿Qué dirá el noble anciano Triciptino? TARQUINO.
No vivo de sus dichos yo pendiente.
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