Pagina-afbeeldingen
PDF
ePub

perfeccion en el arte de hablar. Esta idea coincide perfectamente con la que hemos citado al principio de este artículo. La ciencia del derecho, ó lo que es lo mismo, la elocuencia empleada en los usos del foro, debe salir de lo mas puro, de lo mas elevado que encierra en sí la filosofia. Ex intima philosophia; la filosofia del hombre íntimo ó interior; la que tiene por objetos el alma, sus facultades, los fenómenos de la intelijencia, la ciencia de clasificarlos y dirijirlos al descubrimiento de lo verdadero y de lo bueno en una palabra, la lójica y la ética.

Sin embargo, si hemos de dar crédito á Tácito, ó quien quiera que sea el autor del diálogo sobre los oradores, Ciceron y los que como él alcanzaron los primeros lugares en el catálogo de los hombres elocuentes, estudiaban y poseian la filosofía en toda la latitud de significacion que puede darse á esta palabra, es decir, incluyendo las ciencias físicas. Hé aquí el pasaje á que aludimos: «Es preciso que yo haga mencion de los estudios que emprendian los grandes oradores, cuyos trabajos infinitos, cuyas meditaciones diarias, cuyo ardor infatigable en todo jénero de estudios se echan de ver en sus mismos escritos. Conocemos, sobre todo, una obra de Ciceron, intitulada Bruto, en cuya última parte (porque la primera no contiene mas que recuerdos de los oradores antiguos) refiere los principios, los adelantos, y como si se dijera, toda la educacion de su elocuencia. Allí cuenta que aprendió el derecho civil en casa de Mucio Scevola, y con Filon y Diodoto el estoico todas las partes de la filosofia. No satisfecho con los maestros que habia podido encontrar en Roma, habia recorrido toda la Grecia y toda el Asia. Y en efecto, es imposible leer sus obras sin echar de ver que no le eran desconocidas la jeometría, la música, la gramática, ni ninguna de las cienciás útiles. Estudió las sutilezas de la dia

1

1

léctica, la ciencia moral, los movimientos de los astros, los principios de la fisica. De este modo, con los auxilios de tantos conocimientos y de tantas artes, se enriqueció aquel raudal copioso de admirable elocuencia; porque la elocuencia no se circunscribe, como las otras artes, á breves y angostos límites. El verdadero orador es el que puede hablar de toda clase de asuntos con elegancia, con correccion, de un modo persuasivo, y no perdiendo nunca de vista la índole del asunto, las exijencias de la época y la satisfaccion y placer del auditorio... Los hombres de aquellos tiempos estaban persuadidos de que la elocuencia requeria un espíritu alimentado con las ciencias que tratan del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, de la virtud y del vicio. Estos son jeneralmente los asuntos de que cumple hablar al orador; porque en los juicios, lo comun es que la cuestion jire sobre la equidad; en las discusiones públicas, sobre lo que es moralmente bueno; y casi siempre van juntos estos dos puntos de vista. Ahora bien, es imposible hablar de estos asuntos con la abundancia, con la variedad, con el brillo que merecen, sin tener ideas exactas sobre la naturaleza del hombre, el poder de la virtud, la deformidad del vicio, á fin de no confundirlos con las acciones indiferentes... Si fuéramos á citar autoridades; ¿cuál es mas respetable en esta materia que la de Demóstenes, de quien sabemos que fué uno de los mas estudiosos discípulos de Platon, y mas aficionados á su doctrina? Entre los latinos, nos limitaremos á Ciceron, el cual dice que las disposiciones que tenia para la elocuencia las habia adquirido, no en las clases de los retóricos, sino en las de los filósofos de la academia.» (Dial. de oratoribus. 32. )

Hemos copiado este pasaje en toda su estension, porque es uno de los que, en las obras de los antiguos, espresan mas positivamente, y con mas enerjia inculcan la necesi

dad de los estudios filosóficos para la carrera del foro: opinion que los buenos siglos de la literatura legaron á las épocas de corrupcion y mal gusto, y á la cual se debe sin duda la obligacion que en todas las universidades de Europa, desde Carlomagno hasta nuestros dias, se ha impuesto á los estudiantes de derecho de pasar antes por un curso de filosofia.

Esta obligacion, durante el triunfo del escolasticismo, debió contribuir á la degradacion de la jurisprudencia y de la oratoria forense, como contribuyó á la pérdida de la verdadera ilustracion y al atraso del espíritu humano en toda especie de trabajo mental. El escolasticismo fué en cierto modo un gran esfuerzo de la intelijencia, y nadie podia sobresalir en su estudio sin dotes eminentes y trabajos improbos. No somos nosotros tan admiradores de los progresos cientificos, nacidos del gran descubrimiento de Bacon, que desconozcamos el mérito real de los Aquinos, de los Ocampos y de los Escotos: pero tampoco podemos negar que cuando se trataba de aplicar el saber á cosas prácticas, la filosofia escolástica quedaba reducida al estrecho recinto de las aulas, y nunca salió de ellas para perfeccionar una sola operacion de la mente, para revelar una regla-de conducta, para añadir un solo elemento al bienestar de las sociedades. Sobre todo en la jurisprudencia no sabemos qué papel podia desempeñar, ni de qué modo podia contribuir á sus adelantos. La jurisprudencia es toda humana, si es lícito decirlo; toda práctica, toda fundada en hechos y observaciones; mientras que la rejion en que el escolasticismo reinaba eran los espacios aereos, invisibles y á veces fantásticos de la ontolojia; espacios poblados de hipótesis gratuitas, de ficciones revestidas de dogmatismo, de teorías à priori, casi siempre puestas en contradiccion con la realidad, y re

pugnantes á las mas simples nociones del sentido comun. En prueba de la incompatibilidad de las doctrinas escolásticas con los fines que se propone y las operaciones peculiares de la jurisprudencia, baste citar el arte silojística: materia en que parecia que el escolasticismo habia concentrado todas sus fuerzas y cifrado todo su orgullo, especialmente en su último periodo, y á medida que se fué alejando del estudio directo de las obras de Aristóteles. Pues bien, con ser este el fundamento, la principal teoría y el verdadero carácter distintivo de la filosofía escolástica; sin embargo de profesar como doctrina inconcusa que la prueba silojística era la que daba de sí el mayor grado posible de convencimiento, el triunfo y la obra maestra de la razon, nunca se impuso á los letrados como deber, nunca se les recomendó como medio útil el uso de la forma silojística en sus alegatos y acusaciones de modo que el candidato al foro, despues de consumir años enteros en adquirir un instrumento lójico, al que sus maestros atribuian las mas raras virtudes y el poder mas eficaz é irresistible, al entrar en la escena en que mas precioso y necesario le era un instrumento de aquel temple, se veia en la necesidad de arrinconarlo; y bien podia pasar una larga vida en la carrera, cuyos preparativos le habian sido tan laboriosos y árduos, sin hallar una sola ocasion de aplicar aquella arma irresistible. Es claro pues que en todo el largo período transcurrido desde la caida de la filosofia antigua hasta la revolucion filosófica inaugurada por el gran Bacon, los estudios filosóficos no pudieron ser de mucha utilidad al estudio de la jurisprudencia. La teoría de los universales, las especulaciones sutiles sobre el ente, la esencia y la existencia, la personificacion de las ideas. abstractas, inconveniente necesario de la ontolojia, el hábito de confundir las concepciones puramente idea

les con las especies sensibles, como se hacia con la forma sustancial y con la privacion, como principio universal de las cosas, igual á la forma y á la materia; por último, la manía de jeneralizar, apartándose mas y mas de lo concreto, fundándose en el principio de particularibus non datur sciencia; todas estas y otras muchas particularidades del escolasticismo se oponian directamente à las prácticas mas necesarias y á los ejercicios intelectuales mas propios del foro y del tribunal. Allí la observacion, la esperiencia, las inducciones, el conocimiento de las pasiones é intereses, y hasta el estudio de la fisonomía, de las entonaciones de la voz, de los hábitos y de los jestos, suelen ser los medios mas eficaces de llegar al descubrimiento de la verdad que se busca. Allí está el elemento propio de las realidades de la vida, en que no entran hipótesis ni sistemas, sino acciones humanas, fecundas en resultados positivos; afectos, pasiones, miras mas ó menos dobles é interesadas, opiniones y juicios mas ó menos correctos; en todo lo cual es necesario que se inicie el jurisconsulto, si ha de aplicar la ley al hecho, sea como defensor, sea como acusador, sea como juez; y de todo lo cual se alejaban los estudios escolásticos, envueltos siempre en las nubes de una metafisica vaporosa, y tan diestros en las especulaciones verbales y en las clasificaciones y distinciones agudas, como estraños al mundo de los sentidos, de los fenómenos y de los sucesos.

Con el reconocimiento de la buena y lejítima filosofia, permaneciendo como permanece el requisito universitario de un curso filosófico antes de entrar á los de derecho, era lícito esperar que los estudios legales participasen de los beneficios de aquella grande y feliz revolucion. No nos toca hablar de lo que han esperimentado en esta parte las naciones estrañas, sin embargo de que los nombres de

« VorigeDoorgaan »